Seguro has escuchado alguna vez el concepto de que la creatividad común se encuentra en un plano al que todos accedemos por una ventana, incluso sobre que a veces ocurre que muy diferentes personas, de vidas inconexas, llegan a contactar con las mismas ideas.
De este concepto platónico, el de la imaginación prediseñada, ampliamente extendido en el inconsciente colectivo, se suele evitar la cuestión de que junto a las imágenes más hermosas, los romances más apasionados, o los mundos más brillantes, en igual medida existe una parte profundamente oscura y peligrosa.
A ese plano se accede fácilmente desde la locura más amoral y perniciosa, normalmente quienes llamamos enfermos mentales, pero que según la profundidad de contacto con esa oscuridad, solemos catalogar desde pensamientos negativos, pasando por depresiones, hasta las paranoias disonante-cognitivas más distanciadas de la realidad.
Todos estamos de acuerdo en lo difícil que nos resulta desconectarnos de ello, pero lo que no tenemos en cuenta es que cuanto más no sumergimos en esos pensamientos más difícil nos es soltarnos de ellos, como si esa oscuridad fuera una poderosa fuerza, un ente magnético que cuanto más cerca nos encontramos más nos atrae, más nos engulle.
La cuestión que se nos presenta es que los senderos hacia ese infierno se extienden, en mayor o menor medida, por todas las artes y expresiones no racionales incluyendo la escritura, y en relación directa, la lectura. Y aquí quería llegar yo... ¿Quién dice que estas palabras no vengan desde allí?. Siendo las palabras un mero canal, el escritor una simple antena que va orientándose por ese plano, ¿no es posible que habiendo conectado con esa absorvente oscuridad, y como conductor de ese vacío, puedas estar ahora mismo recibiendo su influencia?.
Seguro tu escepticismo estará luchando en tu interior, desatendiendo cierta incomodidad que se debate entre tu garganta y tu pecho, acrecentándose poco a poco, como una sonrisa sardónica. Tal vez a esa sonrisa le pongas unos ojos, cual líneas curvas entrecerradas que te observan de forma familiar. Lo conoces, y lo sabe, y por eso no puedes apartar la mirada. Notas cómo sus garras se sumergen cada vez más en tus entrañas, cómo va envolviéndote una vibrante energía que tu piel siente, que estremece tu cuerpo. Pero ya es inevitable, su rostro está cada vez más cerca, tu pulso se ha acelerado, aunque intentas controlar tu respiración. A pocos centímetros su boca se va haciendo más y más grande, ya inmovilizado tu cuerpo, mientras ambos abrís con fuerza los ojos: tú en creciente terror, él en confiada fiereza. Aquí no puedes gritar, sólo gesticular sorda y desesperadamente, porque sólo eres un lector, un oyente, no tienes poder aquí. Ves colores y formas, escuchas susurros y ruidos que tu imaginación siempre previno, pero que no puedes controlar. No puedes hacer nada, se acerca el fin. Casi puedes notar cómo te fagocita, cómo te engulle y te mastica, cómo destruye tus huesos y músculos, y te traga... Ahora formas parte de su ser, ya no eres miedo, ni siquiera puro terror: ahora eres texto, palabras para otro incauto lector.