Empapado de rocío, Germán abre los ojos. Se gira sobre el barro hacia Lina, que sigue desmayada y la zarandea hasta despertarla. Ella se frota los párpados y ve la tumba abierta.
–Joder, ¿otra vez? No nos pagan lo suficiente por esto. ¡Al final acabamos en el sindicato!
–-Claro, mujer, como si esto fuera lo mismo que las horas extra. ¿Cómo puedes bromear?
–¿Y qué quieres que haga? ¿Llorar? ¿Salir corriendo? Si me echan, ¿qué? ¡No sé hacer otra cosa! Venga, al tajo y acabamos.
–Sí, hasta el siguiente.
–Pues hasta el siguiente, qué remedio.
Hay algo que, en el fondo, agradecen de las noches en las que aparece La Sombra: la familia del muerto se va, en trance, antes de acabar el entierro y ellos dos pierden la consciencia. Cuando despiertan al alba pueden hacer su trabajo de albañilería sin público, librándose de las miradas fijas, los sollozos y los suspiros de abuelas tristes.
–Hay que matar a La Sombra –dice Lina.
–No creo que eso se pueda hacer.
–Lo dirás tú. ¿No ves las películas? Vamos a la ciudad, a una universidad donde enseñan cosas raras, encontramos un libro antiguo que nadie conoce… Siempre hay una manera.
–¿Y si probamos con los de la tele?
–Déjate de tele o nos quedamos en el paro. Tiene que ser algo entre tú y yo.
“Entre tú y yo” él quisiera que fuese ir al autocine o al parque cuando está oscuro, pero con todo lo que está pasando, no se atreve a decírselo.
–Piénsalo, Germán. Tenemos ventaja. Después de años, sabemos cuándo viene. Nunca dos lunas seguidas. Nunca ancianos ni adultos. Con los jóvenes… bueno… nunca falla si son chicas. Y, ya sabes, a por los niños viene siempre.
Germán calcula cuántos ataúdes vacíos han enterrado ya. Si el concejal se enterara le daría un infarto.
–¿Me escuchas, Germán? ¡Tenemos que acabar con ella!
–Pero si están muertos. ¿Qué mal hace mientras nadie se entere?
–A ti y a mí nos hace mal. Nos está jodiendo la vida y los nervios. Y el sindicato no lo va a arreglar, pero tú y yo sí. Claro que… tienes que comprometerte.
Un compromiso con Lina es lo que ha querido desde que iban a la escuela y no puede culpar a La Sombra por callárselo.
El sol ha salido ya. Los ladrillos están firmes y la capa de cemento, lista para la lápida. Los marmolistas sellarán, sin saberlo, un ataúd vacío. Otro más, blanco y pequeño. Lina tiene razón, esto tiene que acabar.
–¡Me comprometo!
–¿Y no pararemos hasta acabar con ella?
–No pararemos.
–¿Haremos lo que sea, sin importar el precio?
–Lo que haga falta.
–Germán, lo vamos a conseguir.
El corazón se le va a salir del pecho. De terror, de amor, de vértigo. Tendrá que agradecer a La Sombra que ahora Lina y él sean uno. Luego ya, si eso, matarla. Y después, el autocine o lo que surja.