Angurrio Pérez y su esposa cenaban, como todas las noches, en la cocina de su casa. Miraban televisión mientras se llevaban la comida a la boca y de vez en cuando cruzaban sus miradas al intercambiar una que otra palabra.
– Anoche tuve un sueño –dijo Angurrio.
– ¿Qué soñaste? –le preguntó su esposa.
– Soñé que me levantaba temprano, me duchaba, me cepillaba los dientes, me vestía y después me dirigía a la cocina para tomar el café que me habías preparado. Te saludaba con un beso y salía rápido a la calle para tomar un taxi.
– ¿Eso soñaste?
– No, eso sólo no. Dejame seguir. Llegué al hospital, subí por el ascensor, bajé en el séptimo piso, me encontré con algunos colegas amigos, saludé a mi secretaria y entré al consultorio. Toda la mañana atendí pacientes. Después fui a almorzar. Comí algo muy sencillo, como siempre. Volví al hospital y seguí atendiendo hasta la noche. Cuando terminé de trabajar, me despedí, salí por la puerta de atrás del hospital, caminé dos cuadras a la derecha y tomé el metro hasta casa, donde estabas tú, mi amor, preparando la cena. ¿No es increíble?
– ¿Qué cosa?
– Todo lo que me pasó hoy ocurrió exactamente como en el sueño.
– Un sueño premonitorio.
– Exacto.
– Qué extraño.
– Muy extraño. Y eso que todavía no te conté cómo termina.