Después de asistir al entierro de Eva, en una de esas noches de invierno frías y tristes, sin terminar la ceremonia, salí zumbando del cementerio con tiempo justo para coger avión de Barcelona.
Llegué al aeropuerto jadeando. Para nada, el vuelo se había retrasado.
Por fin embarcamos, con más de una hora de retraso. Avancé cansinamente, entre apresurados pasajeros, hasta que me dejé caer en mi asiento.
No era el mío, me lo advirtió una indecisa joven, de profundos ojos tristes, que me mostró su billete de ventanilla, el mío era el contiguo.
No hablamos, enseguida caí en un pesado sopor. El entierro de Ana, la carrera al aeropuerto y el agobio de los días previos a su muerte constituían un poderoso narcótico. Entre sueños, escuché una explosión, el avión se encabritó y estremeció, pero enseguida el silencio.
Poco después, sonó el móvil, un nombre brillaba en la pantalla: Eva… ¿Eva?
Desconcertado, contesté… Tal vez, una broma macabra.
—¿Quién llama?
— Hola
— ¡Eva!— reconocí su voz— ¡No has muerto! ¿Dónde estás?
—Aquí de espera, ya llevas un retraso de más de media hora .
— ¿Qué dices? ¿De qué hablas? ¡No te entiendo nada!...
— ¡Qué estoy aburrida de esperar!
— Sí — respondí, confuso ante aquella incongruente llamada —, ya debería estar en Barcelona, pero la salida del vuelo se ha retrasado.
— ¿Ah, sí? ¡Claro!..., pero supongo que, por lo menos, ya estarás volando, ¿no ?
Creí encontrarme en un oscuro laberinto de insensateces. Vivía un sueño demencial… ¡Eva viva! ¡Imposible!
Me volví hacia mi vecina , con la intención de salir de aquella pesadilla y regresar al mundo real e hice una pregunta trivial, más que nada para escuchar una voz humana.
— ¿A qué hora llegaremos a Barcelona?
Ella me miró, primero con cara de perplejidad, después sus ojos, dulces y tristes, se empañaron … En aquel momento la reconocí y algo se detuvo en mi interior:
¿Isabel?... Sí, Isabel, aquella compañera del instituto; pero… ¡Isabel había muerto el año pasado!
«¡Claro! ¡ Un sueño!», pensé.
Sonó estridente el móvil —¿Dónde estás?— preguntó Eva.
Quería despertar de una vez y no seguir soñando aquella disparatada pesadilla.
Una tos desgarradora al otro lado del pasillo me hizo volver la cabeza. Una anciana parecía escupir trozos sanguinolentos de sus pulmones... ¡ La tía Hermelinda! ¡Murió de cáncer de pulmón el pasado invierno! A su lado un pálido personaje pidió un vaso de agua… ¡Marcelo! Un viejo amigo, falleció en octubre, recuerdo que cuando agonizaba, entre horribles estertores, me escupió un vómito de sangre en toda la cara. Todavía me atormenta aquella espantosa sensación de espesa sangre caliente resbalando por mi piel.
—¡Qué horror ! ¡ Qué horrible pesadilla! ¡Quiero despertar de una vez ! — grité.
«¿Y si no despertara?».
Seudónimo : BOZ