Blanca era una chica muy tímida. Su aspecto era frágil y delicado. Tez pálida, de ahí su nombre, y enormes ojos negros.
Estudiaba Literatura, pasaba la mayor parte de su tiempo libre encerrada en la biblioteca, escribiendo sus propias novelas. Tenía muy pocos amigos y apenas se relacionaba con sus compañeros en la universidad.
Un buen día su amiga más querida, Lucía, la invitó a tomar unas copas después de clase. La abordó al salir del aula, se mostró muy insistente y a Blanca le resultó imposible rechazar su invitación.
Las chicas salieron de la facultad, era de noche, y hacía mucho frío. El bar estaba cerca, pero quedaba escondido en un callejón sin salida y a duras penas había alumbrado en aquella zona.
La luz del farolillo titilaba a lo lejos en lo alto de la puerta. La música se oía desde la calle.
- Entra. - Dijo Lucía a su amiga – Los chicos estarán dentro esperando. - Yo doy un par de caladas y vengo, dijo exhalando una anilla de humo.
Blanca estaba aterrorizada. No soportaba la sensación de entrar en un lugar lleno de desconocidos y que la gente la observase. Las miradas ajenas hacían que se sintiese pequeña e invadida. Indefensa cómo una presa ante un cazador.
Hizo un enorme esfuerzo, fuera hacía mucho frío y comenzaba a lloviznar.
Empujó la puerta y entró. Una débil luz verdosa teñía el ambiente, sus ojos se acostumbraron rápidamente a la oscuridad y entonces comprobó para su sorpresa que el local estaba vacío.
Qué alivio, - pensó- pero es extraño…. Normalmente está lleno a esta hora, la gente sale de la facultad y… - se giró para salir a avisar a su amiga, de que allí no había nadie.
La puerta no se abría, de repente una explosión de luz roja ahogó la penumbra y una música estridente se apoderó del espacio.
Estaba muy asustada, algo la sujetó por detrás. Gritó, pero no se oía su propia voz. No podía moverse. Forcejeó. La luz roja se apagó y todo quedo oscuro, intentó hablar, pero no podía. Sentía como si su lengua se hubiese anudado formando un laberinto imposible dentro de su boca.
Se revolvió, lo que fuese que la sujetaba la soltó y huyó. Unos intermitentes ojos rojos la acechaban desde distintos puntos de la habitación.
Cerró sus párpados, pero era extraño, seguía viendo las miradas rojas, y estas se convirtieron en voces que la llamaban, Blancaa, abree los ojoos estamos aquí…
La única forma de dejar de verlos era si se deshacía de su propia vista, se palpó el rostro y hundió los dedos en las cuencas. Un líquido caliente resbaló por sus mejillas. Sintió dolor.
Las miradas que la atacaban desaparecieron, la oscuridad la engulló y lo último que oyó fue la voz de su querida amiga Lucía, nerviosa, gritando.
- ¿¿¡¡Se puede saber que ha pasado!!?? Se suponía que solo eran unos segundos de grabación, ¡¿Qué demonios le habéis hecho?!