Una lágrima negra resbala por mi garganta. Lentamente, como un barco que mira hacia una orilla inalcanzable, la lágrima se detiene. Otra le sigue fielmente, parándose en el mismo puerto. El vértice de mi esternón se está convirtiendo en una playa que brota de mi piel y sale por mi boca. Las aguas se confunden. Unas llevan el negro del vacío, otras el color arcilla de la tierra, otras el verde de alta mar, el resto simplemente ha abandonado el color, se limitan a ahogarme con mi propio aliento. Recupero la consciencia. Siento mis manos en mi boca. Saben a podrido, al odio de la inmundicia. Quiero hablar, balbucear alguna palabra. No puedo. Mi pelo se mueve, pero no se debe a mis manos, ni a nada que venga de mi voluntad… Mis mechones negros se desplazan lentamente, en distintas direcciones. Siento un cosquilleo de múltiples cosas por todo el cuerpo, no sé cómo nombrarlo, cómo decirlo... Grito pero solo logro escupir y de ese impulso, me caen trozos de algo sobre el rostro. Miro a mi izquierda, observo la punta de un zapato que tartamudea. Es el que vigila que todo sigue su curso. Quiero agarrarlo pero no puedo cambiar de posición. Atrapo esa cosa en mis manos, la aplasto, cruje. Cojo otra, la aplasto, cruje. Es el mismo sonido que realiza mi boca cada vez que intento coger aliento. Me han encajonado aquí. Ya no hay vuelta atrás. La balda de la estantería me oprime. A pesar de ello, no me resisto, me sacudo con todo el cuerpo, el mueble se mueve pero me vence. Escucho una carcajada. Es él, no hay duda. Sigo tragando para no ahogarme con esos bichos que no dejan de entrar por mi boca. Matarme por ingestión excesiva de mierda, ese había sido su plan desde el principio. En cada suspiro, una horda de cucarachas se abalanza sobre mi mandíbula. Me falta el aire. Me falta la saliva, me la están robando. Un mar se ha uniformado en mi piel. Ahora es el ejemplo de un riñón tras una explosión. De la comisura de mis ojos y de mis labios, desfila un líquido negro, espeso, fruto de mis esfuerzos por sobrevivir. Sin triturarlas, ya no estaría aquí. Me voy recubriendo de esa papilla negra que poco a poco llega al zapato que me observa. Él tan sólo dirá: “La han invadido lentamente, yo no he podido hacer nada. Formaba parte del experimento”. ¿Qué hace una cucaracha cuándo se siente amenazada? Se hace la inocente tumbándose hacia arriba. Cuando te das cuenta, te invade multiplicándose en tu piel. Él no lo sabe, pero aún me queda un último recurso. Seguir masticando hasta el final.