Soñé con un naufragio. Olas inmensas me llevaban hasta lo profundo y luchaba desesperada por volver a la superficie, cada respiro desesperado era como un recordatorio de que quizás la próxima no podría llegar… Acabé despertando empapada en transpiración, terminando un grito. Sentí la mandíbula rígida.
La luz de la calle se filtraba tras los postigos, proyectándose sobre la mitad de la cama en líneas finas, la calle estaba silenciosa. Miré el reloj: Las cuatro de la madrugada.
Cada tanto suelo experimentar sueños vívidos como del que acababa de despertar y sabía con total certeza, de que no podría volver a dormir tan rápido. Oí un ruido en la cocina, por lo que aproveché a ver si el gato estaba queriendo salir otra vez y de paso, traerme a la cama un vaso de agua. Tenía la garganta completamente seca.
El televisor estaba encendido, pero sin sintonizar ningún canal, puras rayas negras y ruido. Los chicos suelen irse a la cama y a veces se olvidan de apagarlo. Supuse que era una de ésas veces. Por lo demás, la cocina estaba a oscuras lo que era más anormal. Encendí la luz. Una polilla giraba descontrolada dentro de la lámpara, abrí la ventana y logré que se fuera. Era eso entonces, una pobre polilla.
Entonces la vi recortarse por la luz que entraba en el pasillo de los cuartos. Una figura que mi mente no consiguió descifrar y etiquetar en un instante. Aquello no tenía nombre, aunque la forma recordaba algo humano. Unos ojos que me helaron la sangre, aun sin poder entender si tenían color acaso. Cuando nos miramos su boca se abrió desmesuradamente como un perro gárgola, un enviado del infierno.
Me quedé clavada en mi sitio olvidándome hasta de respirar. Pensé en los chicos en sus cuartos. Dios mío, estaba frente a las dos puertas. Yo era real, acababa de abrir la ventana, sacar una polilla, beber agua. Y oí un gruñido que me perforó los oídos, luego comenzaron a sonar las alarmas de los automóviles afuera.
No hay otro adulto más que yo en esta casa, sí, claro que quise correr afuera…Pero qué clase de madre lo haría. Caminé hacia el pasillo, caminé directo hacia lo monstruoso repitiendo algo que escuché cuando era pequeña: “Si lo ignoras, no existe”. Pasé a su lado, olí la putrefacción indescriptible, inexplicable y entre primero en la habitación de Marta y luego en la de Joaquin. Dormían.
Al ir hacia mi habitación, la figura ya no estaba en el pasillo. Con el correr de los días me convencí que fue una ilusión nocturna. Todo está en nuestra mente, me digo. Por eso desde esa noche, dejo registros escritos, como éste.
Ahora la figura me observa desde el otro lado de la cama.