En el centro de la ciudad, hay un extraño restaurante que esta barrocamente adornado con objetos antiguos, como ser muchos cuadros de personas de fines del 1800 o principios del siglo XX, arañas de bronce con velas, sillones de madera y tapiz de pana o telas, infinidad de botellas de bebidas de otras épocas, algunas de las cuales ya no existen en el mercado.
Estaba días atrás almorzando en ese lugar, “Museum”, un nombre un tanto raro para un restorán. ¡Cuando los vi! Una larga fila de cuadros portarretratos muy antiguos, muy grandes colgados en una pared, fotos en blanco y negro, y color sepia, algunos con gruesos marcos de madera pintada o lustrada, en forma oval, o rectangulares. Me llamó la atención la rigidez de los retratados. Las personas eran hombres o mujeres generalmente solos. Personajes del siglo pasado, con sus finos bigotes, trajes negros antiguos, muy prolijos, y como queriendo decirme algo que no pude pensar en ese momento.
Formaban dos hileras sobre una larga y alta pared, dado que el salón pertenecía a una casa del siglo anterior. Vino el mozo y le pedí un vino tinto y un churrasco al champiñón, mientras me deleitaba no pude dejar de mirar los retratos en la pared.
Estimo que habría pasado una hora, había poca gente en las meses, y además estaban muy distanciadas unas de otras. Algunos parecían dormir, quizá por lo pesado de la comida. O quien sabe por qué. Por momentos la luz parecía temblar un poco, casi imperceptiblemente, y hacer menos intensa, como oscureciendo un poco más el ambiente. En una de esas pude ver que al pie de cada retrato había un nombre y una fecha, como una leyenda.
Ya no soporte mi curiosidad, y me levanté de la mesa en dirección a la pared de los cuadros. Nadie noto que me había levantado. Pude ver que los cuadros tenían la leyenda “Josefina Pertuzzi de León 1850-1935 Q.E.P.D.”, miro el segundo cuadro y lo mismo, igual el siguiente y el otro y el otro. ¡Dios mío!, eran cuadros de muertos, sus ojos estaban cerrados, su tez pálida, y los cuadros separados unos de otros a distancia de un metro aproximadamente. Bueno, es sabido que antiguamente vestían y arreglaban a los muertos y los ponían en pose para tomarle esa última foto. Solo que me impresionó ver los rostros, como si todos esos rostros me estuvieran mirando ahora, como si estuviesen a punto de lanzarse sobre mí.
Es más, pude ver a un costado de cada cuadro una pequeña manija de bronce disimulada en el empapelado, manija de una pequeña puertecilla como de un nicho: eran las tumbas de los muertos, seguramente estarían a detrás de cada cuadro. No sé en qué momento corrí, pero sentí que el rostro se me incendiaba. ¡Y me fui, me fui de aquel lugar!. Pero cada tanto sueño con ese restaurante, e inclusive creo que duerno en uno de esos nichos detrás del cuadro que tiene mi foto.