Mi portero tiene algo raro, la gente del edificio piensa que cuida el recinto pero yo creo que no es así. Él sabe que yo sé.
De lunes a domingo lo puedes encontrar en la calle Monteleón, 46 en Madrid. Se esconde en un cuarto oscuro, en la entrada, en donde están los latones de la basura.
Está programado, siempre dice lo mismo. Suelta frases hechas con voz de humano para pasar desapercibido. Él sabe que yo sé. “Hola”, “¿Qué tal?” (Sin esperar respuesta), “Ata-logo” y la respuesta “A Ti” cuando le dices gracias son las frases que más usa. Otra clave que lo delata es que solo limpia la mitad del suelo cuadrado que da paso a las escaleras. La gente piensa que es para dejar abierto el paso, pero yo no lo creo. Él sabe que yo sé y creo que él quiere que yo sepa. Me lo grita su silencio sepulcral. Mi portero ha creado un código para comunicarse conmigo. Todos los miércoles cuelga una prenda de ropa del picaporte de la puerta de entrada. Algunas veces deja unas bragas, otras, alguna toalla y la última vez un vestido de la nueva colección de Zara. Sin duda, quería llamar mi atención. La gente dice que se trata de la ropa que se cae al patio interior de las traviesas tendederas. Yo sé que no es así y él sabe que yo sé.
Siempre escucha el mismo programa de radio, mientras hace el mismo sudoku. Hace dos días lo vi haciéndolo con los ojos cerrados y con la mano izquierda, tarea compleja al ser diestro (como todos los extraterrestres).
Mi portero quiere que lo salve, pero a mí no se me ocurre nada más que tirar mis bragas del balcón para que pueda comunicarse conmigo.
Ayer le hablé en lenguaje humano por primera vez. Le pregunté su nombre y me dijo que se llamaba Juan, no me preguntó el mío, pero le dije “Yo soy Wendy” y me contestó riendo: “Tienes nombre de extraterrestre”.
No sé qué pensar. Quiero ayudar a mi portero, él me eligió para hacerlo porque él sabe que yo sé. Mañana le regalo un libro de sudokus nuevo.