Te contaré una historia...
Se llamaba Mara y tenía 15 años cuando ocurrió. Era Navidad, a sus padres les encantaba, gastaban toda su energía en decorar la casa, especialmente el árbol y muchos vecinos acudían cada año para ver los nuevos adornos. Sin embargo Mara era tímida, reservada y odiaba esas fechas, querría desaparecer.
La noche del 25 de Diciembre se despertó sobresaltada, cuando un viento helado le rozó la cara y unas campanillas tintinearon. Vio una pequeña caja al pie de la ventana, “lo habrían dejado sus padres” pensó. Cuando la abrió, encontró un pequeño duende de la navidad hecho de porcelana, con su trajecito verde, sus medias a rayas rojas y blancas y un gorrito puntiagudo rodeado de pequeñas campanas en su parte inferior, al que venía cosido una cinta roja. Le miraba sonriente y de forma penetrante, sintió un pequeño escalofrío, parecía tan real… En la caja también había una nota que decía “Pide un deseo”. Decidió colgar el duende en el árbol de navidad, pidió el deseo y se olvidó de él.
A la noche siguiente las campanillas volvieron a tintinear. Era un sonido constante, pero nadie en la casa parecía oírlo, provenía del salón. Mara se levantó y se dirigió hacia la estancia, cuando encendió la luz sólo encontró al pequeño duende en el suelo, sonriéndole. “Asique eras tú”… se dijo. Volvió a colgarlo y se metió de nuevo en la cama. No le dio demasiada importancia, no quería, al día siguiente lo sujetaría mejor.
Llegó la tercera noche y Mara no podía dormir, ese duende no le gustaba, parecía tan real... De repente el mismo tintineo, esta vez más cerca, mucho más cerca, no se levantaría... se tapó entera, apretó los ojos y permaneció inmóvil hasta que el sonido finalmente cesó. Decidió que por la mañana se desharía de él y se durmió.
Cuando despertó al día siguiente fue corriendo al salón, tenía que destruirlo, pero el duendecillo no estaba. Preguntó a sus padres, ellos no sabían de qué hablaba, “¿el duende, qué duende?” le dijeron. Mara no podía creer lo que estaba pasando, sus padres no lo habían dejado al pie de la ventana, ni habían oído ruido alguno, “¿dónde estaba?”.
Cuarta noche y en vela de nuevo. El silencio le perturbaba, en cualquier momento esperaba escuchar ese tintineo, pero esta vez el terror no llegó a través de sus oídos sino de su vista, cuando una sombra con un gorro picudo asomó en la puerta de su habitación. Cinco segundos después el duende apoyaba su siniestra sonrisa en el lado izquierdo de su cama, ahora era de carne y hueso y mucho más grande. “Deseo concedido” oyó Mara entre risas, “Desaparecerás”.
A la mañana siguiente, una pequeña duende de porcelana apareció colgada en el árbol de navidad. Nadie volvió a ver a Mara.
La casa ya no está habitada, pero dicen que si pasas cerca podrás escuchar el tintineo de unas campanillas.