Silencio y nada más. Algo me desvela y consigue despertarme. Un haz de claridad me molesta en los ojos, puedo distinguir mi habitación en penumbra, la puerta entreabierta deja entrar luz del pasillo. Lo siguiente que veo me deja paralizado, en un parpadeo se materializa ante mis ojos una figura oscura. El pulso se me acelera bruscamente latiéndome el corazón cada vez con más fuerza protestando por querer salírseme del pecho. La razón y la locura discuten de forma acalorada entre sí. «¡Eso no debe estar ahí!», «¿No lo ves?» «¡Sí, pero no tiene sentido!», «¿¿No lo estás viendo??». La locura insiste para intentar hacerme reaccionar. Vislumbro que la figura oscura es una mujer, alta, con un vestido negro, guantes que no dejan ver sus manos y un velo que le cubre la cara. No se mueve, está a los pies de mi cama y solo me observa. Aterrado, mi primer pensamiento es pedir ayuda. Veo claridad en el pasillo, mis padres vendrán y todo esto acabará. Grito. «¡Mamá!». La palabra sale de mi boca en forma de susurro, con voz ronca y apenas audible. Intento gritar de nuevo, nada. No me lo puedo creer, los gritos desesperados pidiendo auxilio solo son susurros, como si algo me hubiera arrancado las cuerdas vocales. «Luz», no sé por qué mi instinto de supervivencia me dice que con la luz de mi lámpara todo esto acabará. Intento alcanzar el interruptor pero noto que las manos no me obedecen, «¿¿Pero qué está pasando??». No puedo separar la vista de la mujer, esperando que se mueva, que avance hacia mí seguro que no con buenas intenciones.
De pronto abro los ojos, empapado en sudor, todo era una pesadilla. Mi alivio dura solo un instante, al mirar al frente puedo ver de nuevo la silueta de la mujer de negro. De pie, a los pies de mi cama continúa observándome. «Si antes era una pesadilla… ¿¿Esto ahora es real??». La cabeza me da vueltas, todo se repite. No puedo moverme, no tengo voz. Angustiado trato de serenarme y pensar. «Esto es un sueño, una pesadilla. Tengo que salir de aquí». Cierro los ojos, me concentro en mi respiración e intento despertar.
Abro los ojos por segunda vez, me encuentro en mi habitación acostado. No veo nada, todo está oscuro. Nervioso estiro la mano hacia el interruptor de la luz y compruebo aliviado que puedo moverla. Al hacerse la luz por fin puedo respirar tranquilo, estoy solo. No hay rastro de la mujer de negro.
Cada noche me acostaba con el temor de que esa mujer regresara de nuevo, pero nunca volvió. Tenía la sensación de que se había marchado con las manos vacías y que algún día volvería en mi busca.
Hace justo una semana regresó, se cumplió mi profecía y esta vez no se irá sin mí, lo sé. No aguanto más, tras seis días en un constante duermevela, hoy caeré dormido. Ha llegado mi hora, buenas noches maldita dama de negro.
FIN