“Los dioses son extraños, nos castigan por lo que es bueno y humano en nosotros, tanto como por lo que es malo y perverso“ O. Wilde
La psicoanalista, sentada a un costado, esperaba una respuesta y Raúl, un hombre de la alta alcurnia porteña, trémulo, respondió exacerbado:
-No es algo que me pasó, es algo que está por suceder. Y una gota cayó de su rostro, podría haber sido sudor o una lágrima.
De niño, no era de esos que esperan impacientes el momento de ir a jugar.
-¿Puedo quedarme contigo? Le decía a su madre. En aquella época, ser madre y padre, intentar estar en todos lados, no era tarea fácil. -¡Mira lo que hago mamá! Repetía incesantemente. Pero esto puede acarrear graves consecuencias en el futuro.
Su madre intentaba abrir la bóveda familiar.
-Má ¿Qué es moriendum est? preguntó leyendo trabajosamente la inscripción de la entrada de la cripta vecina.
-Es una frase en latín.
-¿Y qué es latín?
-Una lengua antigua.
-¿Y esa casa de quién es?
-Es el mausoleo de Evita.
-¿Que es elmausoleo?
-Ya está abierta ¡Andá! Llévale las flores a papá.
En ese entonces el sepulcro no olía a muerte. El pequeño Raúl apoyó las flores sobre uno de los cajones y le preguntó a su madre si debía dejarlas ahí. Detrás del vidrio ella asintió y sonrió.
¿Quién diría que un simple gesto podría guardar el terror en un niño sobre protegido? Desde que él iba al jardín, su madre solía quedarse a vigilarlo. Lo espiaba desde afuera para darle tranquilidad, mirando desde la ventana.
-Mamá está con vos, gesticulaba.
Era la única manera de que él acuda a clase. Esto pasó hasta la secundaria y más allá también. Ella hubo de dedicar sus mejores años a su crianza y felicidad.
Una noche desde el patio, miró hacia adentro y la llamó.
-¿Mamá? Se acercó unos pasos. -¿Má?
Y el rostro putrefacto de su madre apareció en la ventana sonriendo. Despertó exaltado en la inmensa casa en la que vivían juntos, solo ella y él.
-Aquí estoy amor ¿otra pesadilla? Tu desayuno está listo, dijo. -¿Qué harías sin tu madre?
-No quiero desayunar, respondió él y cerró los ojos deseando hacerlo para siempre.
Como lo había visto por las cámaras, al acercarse, el guardia de seguridad corroboró la presencia de un sujeto dentro del panteón. Se acercó con su linterna sigilosamente, la luz de una vela alumbraba desde adentro. Estaba claro, o eran profanadores o se trataba de algún culto a los muertos. Entró y vio a una mujer atrapada en un vitral y enfrente Raúl de espaldas se volvió hacia él. Se escuchó un impacto y la linterna rodó hacia afuera. El segurata la levantó del suelo y se disculpó, pues el propietario no hubo de anunciarse. Así que cerró la puerta e hizo un gesto de disculpas, sonrió detrás del vidrio y se fue.
Desde el diván, acostado, Raúl escuchó: -¿Y si pasara, entonces qué harías?