- “Mucca” es vaca en italiano.
Elena, la gerenta del restaurante, vio a un niño de unos seis o siete años a su lado, con el pelo castaño y disfrazado de marinero. Se extrañó que hubiera alguna comunión en aquella época del año, pero le llamaba más la atención que estuviera solo.
- ¿Estás con alguien? ¿Está dentro?
- Sí.
Con esa respuesta, se sintió más tranquila y le dijo al niño que entrara al local para no pasar frío. Se apresuró hasta la cocina, pues dentro de unos minutos, empezaba el jaleo del mediodía.
Durante la siguiente hora y media, logró casi olvidarse del niño, hasta que le volvió a ver sentado al lado de la pared cubierta de espejos. Seguía solo, y sin señal de haber comido nada. Se acercó a él con un plato de patatas fritas y un refresco.
- ¿Dónde está tu acompañante? ¿Quieres que llamemos a alguien?
- Tengo hambre, contestó el niño, levantando la cabeza para mirar a Elena en los ojos. Ojos grandes, grises y redondos, que daba a su cara la expresión de sorpresa, o de alguien que esperaba una respuesta.
Elena dejó la comida sobre la mesa y preguntó si su acompañante estaba cerca. El niño dijo que sí, mirando hacia la dirección de los servicios. Elena suspiró de alivio. Sonrió al niño y le guiñó el ojo. El otro siguió con los ojos clavados en ella, no tenía párpados.
Elena no pudo evitar ahogar un grito, tapándose la boca con la mano. Estaba a punto de salir corriendo cuando el niño le agarró de la muñeca y le pidió que no le dejara, que si no, el Muccampruska se lo llevaría.
- Pero ¿quién eres? ¿De dónde vienes?
- De ahí, respondió el niño, señalando el espejo.
Desconcertada, trató de ordenar sus pensamientos: mantener la calma, llamar a la policía, o la unidad psiquiátrica de un hospital -
- ¡Ayúdame! ¡Ya viene!, susurró el niño con pánico, sus ojos esféricos llenándose de lágrimas, mientras miraba fijamente al espejo.
Elena escudriñó la imagen reflejada y el único movimiento que vio fue el de una señora mayor saliendo de los servicios.
- Bueno, ya viene tu abuelita. No te preocupes.
- No es mi abuelita, es el Muccampruska. Por favor, escóndeme… suplicó el niño, su cara entera mojada de sudor y lágrimas.
- Mira, como te has portado muy bien, te regalaré un trozo de tiramisú. Espérame aquí, contestó Elena, yendo hacia la cocina.
A la vuelta, se encontró con una mesa vacía. Miró hacia el espejo y vio alejarse al niño vestido de marinero, agarrando la mano de una mujer mayor. Se dio la vuelta para darle la tarta al niño, pero curiosamente, no vio a nadie. Cuando volvió a mirar el espejo, su mirada se topó con la cara llorosa y asustada del pequeño marinero. Al mismo tiempo, reparó en un rabo largo, negro y peludo, en el trasero de la abuela, que llegaba hasta el suelo.