Podía como siempre hablar con las muertes. Su ciudad era esa. Allí residían unos pocos más de cientos de miles de millones. Esa benevolencia le correspondía pero tiene un comienzo. Nació como cualquiera, siendo feto o bebé. Creció mientras transcurría el tiempo, haciéndose primero niño. Así de infantil fue su quejumbrosa niñez comentada desde antes del embarazo de su madre, del encuentro entre ella y su padre. Su vida transcurrió de esa misma manera. Como son los casos iba a descubrirlo después, más adelante dando mayormente la razón a los mayores, a los destinos (de los que fueron también). De chico nunca supo si creer o no. No conocía los significados de las cosas tampoco. En contrapartida entendía en ese grado otras partidas atribuidas, así son las cosas que funcionan con polaridad. Esos años son de esas maneras, relaciones tenues, amigos y juegos a estar alejado de compañías. Llegada la de pubertad comienza a acentuarse aquel atentado de muertes sin embargo le resta aún tiempo de merecidas desdichas porque su forma continua siendo la del principio. Sus facultades crecen como sus documentos tan comentados por el resto como pasajeros para él. Forja así un carácter, una personalidad atribuida a ese hecho desconocido pero siempre fortuito, causal en realidad del porvenir. Las relaciones con sus profundas cercanías cobran valores de mansedumbre dada las circunstancias entre los espacios desplazados, hacia donde es corrido. Se equiparan esos momentos a los ya anclados para lo restante de su vida. Con esa calma son relacionados; crece sobre su intelecto. Así alcanza juventud. Su conocida joven es compenetrada con las divinas muertes haciéndolas libres en estadios porque resultan vanas a los demás. Con la incipiente experiencia de la adolescencia son encontrados nuevamente los descendentes corridos por esta mención que lo brota de insatisfacción. Contradictoria es así la displicencia de sus actos fallecidos. El peso proveniente del talante recupera las que harían de fuerzas. Es acometida de esta manera la treintena y cuarentena. Las almas continúan su paso despavorido, nucleándolo sin pena ni gloria. Son encontradas las nociones de certezas propias, susodichas. Vacío como siempre quiso es su vida en las relaciones que a esta altura son más con los sin vida. No conoce sus voces en la menor medida ni necesita de ello, es su secreto. Esa cábala le resta superar pero aguarda con la paciencia correspondida (es ayudado). Este sello que supone suyo con el todo es inclemente porque busca su redención como la del resto. Los muertos lo conocen. En acuerdo son estrechadas las partes que lo llevan a la ancianidad. Vejez también es válido aunque no se sabe por qué. Tiene su fin esperado verbigracia acometida en la manera dada por las circunstancias. Dice de esperarlo. Las muertes cobran los valores que quieren, esperan volver a verlo o seguir viéndolo. Pocos son los que van quedando. Nadie quiere seguir siendo supone uno. No me queda por seguir escribiendo. Dejo mi firma a los demás.