Cómo imaginar que en tanta belleza se podría esconder tal monstruosidad.
Durante semanas soñé con sus ojos verdes, con su risa poderosa, con su cintura pequeña. En cada salida con amigos mi objetivo era cruzarme con ella aunque solo fuera al pasar. Se hizo interminable el tiempo hasta que me animé a decirle hola. Con esa simple palabra encontré el camino a mi mundo soñado.
Ella era más divertida de lo que me imaginaba. Sabía de tantas cosas. Incluso cuando todos se burlaron de mi fobia a las arañas ella me sonrió.
Me sentí un estúpido gritando como loco cuando una arañita se posó en mi hombro. Pero ella me agarró de la mano y me besó. “Para que pienses en cosas más lindas” me dijo con un guiño.
Se vestía siempre de negro, las tachas adornaban sus pulseras y su mochila. Había calaveras en su campera de cuero. Andaba en una moto igual de negra que su cabello. Si, me enamoró desde el primer momento.
Fue gloriosa la noche que me invitó a dormir en su casa. Al menos al principio. Yo me sentía pequeño al lado de tanta mujer. Me temblaron las manos cuando le saqué la remera que se enredó en su pelo largo.
Ella notó mis nervios y riéndose me dijo que todo estaba bien. Fuimos hasta su cama. Solo un pequeño velador nos alumbraba. “Cerra los ojos”, susurró.
Ella mandaba y yo la dejaba hacer. Se subió sobre mi y comenzó a moverse como las olas. Nunca me había pasado con otra mujer, de verdad me sentía en el mar. Ya no tuve vergüenza ni complejos. Eramos nosotros dos nada más.
En un momento me pareció ver algo extraño en su piel. Como me demore mirándola ella me dijo: ¿Te gustan mis tatuajes? Apenas podía distinguir algunas figuras.
Una extraña premonición me llevó a levantarme y prender la luz. Necesitaba ver qué era lo que tenía en su piel. Desde la cama la visión de su cuerpo desnudo me trastornó. No sé cómo no pude verlo antes. Tenía el cuerpo lleno de tatuajes. Infectado de horribles arañas negras. En su pecho, trepando por sus piernas, en la espalda, en su pubis. Arañas grandes y pequeñas, de patas peludas, con colmillos y mirada hambrienta.
¿Te gustan? Volvió a preguntar.
En ese momento entré en shock. Una oleada de pánico y nauseas me invadió. Hubiera jurado que estaban vivas, que le recorrían el cuerpo y me miraban llamándome. Enloquecí al ver que lo que había estado besando y acariciando toda la noche eran esos horribles bichos. Estaba pegado a la pared, lo más lejos posible de ellas. No me importó mi orgullo de macho y comencé a llorar como un bebé.
No escuchaba nada. Tenía que escapar pero mis piernas estaban congeladas de miedo. El asco no me dejaba respirar tranquilo. No hay nada que odie más. Nada que pueda asustarme más. Y ella lo sabía.
Ella me seguía mirando provocativa desde la cama. Luciendo sus brillantes arácnido sobre el cuerpo desnudo. Lo estaba disfrutando. Lo que más la excitaba era mi miedo. Supe porqué me había elegido. Porqué había apagado las luces y solo se había mostrado al final.
“Guardé la mejor para el final”, me dijo con lujuria.
Se abrió de piernas mostrándome todo su esplendor. “Esta fue la última, ¿te gusta?”
La araña abría grande la boca para devorarme. Fue demasiado, vomité y salí corriendo de esa casa. No pude evitar preguntarme con cual de las dos había pasado la noche.