Mi abuela Carmiña tiene una impecable memoria a sus 92 años. En mi familia todas las mujeres son hijas únicas, extraordinariamente longevas. Hay algo más que tienen en común, una pequeña excentricidad...
Desde hace varias generaciones todas ellas han sido plañideras. Descendemos de un linaje de Cangas de Morrazo, una zona rural de Galicia donde estaba muy arraigada esta práctica. Mi abuela cuenta que su bisabuela, cansada de ver como el mar se llevó a su marido y a sus hijos para no retornar jamás, se adentró en el bosque buscando la ayuda de Mariña la Bruixa y que juntas invocaron al mismísimo Satanás para garantizarse que no naciesen más varones en la familia. A cambio éste les ordenó para cumplir el trato, que todas las mujeres debían dedicarse a llorar a otros sin descanso de ninguna generación.
Dicen mis antepasados que la historia es veraz, ya que la madre de mi abuela se marchó de Galicia desobedeciendo la tradición y tuvo un hijo varón que falleció al poco de nacer. El mismo Satanás se le apareció increpándole: “insensata mujer, has osado romper el pacto de tus ancestros y estas son las consecuencias”. Cuentan que ella rogó una oportunidad más y que le concedió tener una hija si volvía y continuaba con el oficio del llanto. Así lo hizo y hasta hoy todas ellas han seguido siendo plañideras. Llegada la edad adulta y temerosa de la leyenda, mi madre me pidió que por favor siguiese con el oficio, aunque no fuese en Galicia.
Respeto mucho a mi familia y sus tradiciones, pero no tengo idea de tener descendencia ni de continuar el oficio, vivimos en el siglo XXI completamente anestesiados del dolor, incluso parece estar hasta mal visto. La única condena a la que me puedo enfrentar es a la indiferencia del entorno respecto a las emociones de los demás, que a su vez son desconocidas y tienden a no manifestarse en negativo, viviendo una fingida resiliencia y bienestar.
Resumiendo, me mandó a hablar con mi abuela en un último intento de que recapacitase.
Llegando a su casa, una ambulancia me adelantó a toda prisa. Siendo el camino apenas transitado y con pocas casas, me temí lo peor y decidí seguirla.
Desafortunadamente cuando llegué, estaban subiendo en una camilla a mi abuela. Quise acompañarla pero no hubo forma de convencerla, sacó una llave que llevaba colgando al cuello y me dijo que abriese su armario. Supuse que querría que le llevase alguna muda y accedí, una vecina la acompañó en el trayecto al hospital mientras yo avisaba a mi madre.
Entré en la casa buscando el armario, pero no había cerradura. Lo abrí y dentro había otra pequeña puerta, que sí tenía un ojal. Ante tal misterio introduje la llave que encajaba perfectamente y dentro encontré varios botes de vidrio con fetos masculinos de gran tamaño...al parecer la tradición no era tal y mi familia ocultaba un oscuro secreto que mi abuela no quiso llevarse a la tumba.