A Nadia le tiemblan las piernas, tiene las pupilas dilatadas.
-Eres muy guapa -se le escapa nada más verla.
Los ojos azules de Rebeca parpadean, se queda callada. Mira a Nadia de arriba a abajo.
-Tú pareces muy tonta -le responde.
Nadia se ríe. Piensa que lo dice de broma.
Pasan al restaurante.
Es Halloween y todas las camareras de Lamucca van con maquillajes que simulaban heridas bestiales. Una tiene el cachete desgarrado, se le ven los dientes por el lateral al hablar. Otra tiene una raja profunda en la frente y los ojos con una nebulosa blanca.
Una, dos, tres cervezas y Nadia se pasa al vino.
Rebeca, que solo bebe agua, insiste en pedir el postre sorpresa.
La camarera trae una bandeja de plata con una tartera llena de calaveras con la boca abierta, como gritando.
-Tenéis que levantarlo cuando estéis preparadas para morir, dice dándose la vuelta y dejando ver una herida que le va del bulbo raquídeo al coxis y que deja al descubierto toda su columna vertebral.
Todo el mundo se ríe mucho esa noche. Cada vez hay más ruido en Lamucca.
-Da hasta un poco de miedo el postre sorpresa, ¿no? guapa. Dice Nadia levantándose para ir al baño.
Rebeca le sonríe mientras busca en su bolso un pequeño bote lleno de polvos blancos que vierte en la copa de Nadia. Remueve con su dedo corazón y del polvo parece no quedar nada en el brebaje.
Cuando vuelve del baño, Rebeca la deja beber y luego propone que cierren los ojos. Quiere hacer un juego. Se dan las manos.
Rebeca tiene las manos pequeñas y las uñas muy largas, sin esmaltar, algunas están rotas. Esas manos son la última imagen que tiene Nadia antes de cerrar los ojos.
A la segunda respiración deja de oír los ruidos en Lamucca. Asustada abre los ojos. El restaurante está lleno de la misma gente con las mismas caras. Cenan pero no hablan y hay algo extraño en ellos, sus dientes son negros.
Rebeca es la única que sigue igual. Le mira y le suelta las manos.
Saca del bolso una cuchilla de afeitar en una funda de plástico.
-Ya sabes lo que tienes que hacer. Disfrázate tú también.
Nadia siente que llora y tiembla. No quiere hacerle caso pero su cuerpo no la obedece. Se vuelve a levantar, coge la cuchilla, le da un beso con lengua a Rebeca y se dirige al baño.
Al llegar se para en el espejo a mirarse. Luce una media sonrisa. Nadia quiere gritar, quiere tirar la cuchilla al suelo pero no lo consigue.
Se mete en la cabina del baño, se sienta en la taza con las pantalones bajados y se pone a mear con una sonrisa inmensa en los labios. Quita el plástico y se alarga la sonrisa con la cuchilla hasta llegar a las orejas.
“Suicidio a lo Joker en los baños de la Lamucca” tituló la prensa.