Me enamoré de él como una estúpida, así a primera vista, sin mucho sentido, y cuando me besó a escondidas en el cuarto que destinábamos a archivo en la oficina, supe que él también sentía algo por mí. Me lo confesó días más tarde, a la vez que en un arrebato de sinceridad me confesó igualmente que en realidad lo nuestro no podía ser, que tenía pareja y les iba bien, pero que no quería renunciar a mí, porque también se había enamorado. Estaba claro que nuestro concepto del amor no era el mismo, pero no le rebatí nada porque nada le iba a mendigar, ya buscaría mis propios métodos para conseguir que me convirtiera en el centro de su vida.
Amarle como una loca no dio resultado. Le di todo el amor que tenía porque todo era para él. Yo también quería el suyo todo para mí y lo iba a conseguir sí o sí.
Supe de la hechicera en una conversación trivial y en ella vi mi último cartucho. Me presenté en su cuchitril clandestino una tarde y la hice depositaria de mis desdichas. Pensó durante un rato , al cabo del cual me entregó la pócima.
-Tómate esto una noche de luna llena, te convertirás en serpiente y deberás morderle, a ella, que desaparecerá de vuestras vidas. Estaréis juntos porque aunque tú lo dudes, él te ama profundamente. Pero tendrás que pagar un alto precio. No podrás besarle con pasión, vuestras salivas no podrán juntarse más de nueve veces, porque a la décima, él morirá.
No pensé nada más y seguí las indicaciones de la bruja punto por punto. Una semana después ella le dejó. Meses más tarde vivíamos juntos y felices.
Nuestros encuentros sexuales eran frecuentes y satisfactorios, aunque me costaba no poder besarle con la pasión que me hubiera gustado. Me entregaba totalmente de vez en cuando, y dejaba que su lengua jugueteara con la mía sintiendo como nos excitábamos. Iba contando las veces, una, dos, tres… nueve. Había que parar. Y era difícil, muy difícil. Así volví de nuevo a la bruja. Tenía que haber alguna manera de romper el hechizo.
-Claro que la hay – me dijo – pero no creo que te interese
Le dije que sí, que me interesaba constara lo que costara.
-Si te doy el antídoto, será tu deterioro – dijo finalmente ante mi insistencia.
-Te he dicho que no me importa – le grité desesperada.
Me dio la pócima y la tomé. Le di a mi amor el décimo beso y no pasó nada. Al once mi piel comenzó a volverse escamosa. Al doce mis ojos comenzaron a salirse de las órbitas. Al trece comenzaron a brotar en mi piel pústulas purulentas…. Me convertí en un monstruo. Ahora tengo alas de mosca en la espalda y mis pies son pezuñas de asno. Mi novio, aterrado, hace tiempo que se fue. Y yo hoy espero a que suba la marea para terminar mi historia de amor hundida en las profundidades del océano.