Marisa nunca soportó lidiar con sus alumnos y nada la llenaba más de alegría que el día de la graduación, donde se quitaría de encima a aquellos millennials insoportables. Sin embargo, siempre se echa de menos a uno o dos. Para Marisa aquella excepción era Jessica. Alumna ejemplar donde las haya. Marisa miró a su clase. Todos guardaban silencio y miraban expectantes lo que Marisa tenía que decir.
—En seguida vuelvo chicos, pórtense bien.
Marisa entró en otra aula y preparó las bebidas. Había quedado con Jessica antes de la graduación para charlar un poco. Todo estaba perfecto. Hasta aquel frío despacho tenía otra pinta. Marisa se sentó mientras ojeaba uno de los viejos libros de su padre. A los quince minutos, puntual como siempre, Jessica llamó a la puerta.
—Pase, pase. Por favor, Siéntese Jessica.
Jessica tomó asiento y con ojos preocupados preguntó por su calificación.
—No se preocupe, solo quería hablar una última vez con mi alumna estrella. Serán solo quince minutos lo prometo. Es una tradición que tengo. —Con un gesto la invitó a sentarse en frente ella.
Cuando la droga hizo efecto el cuerpo de Jessica se desplomó sobre la mesa.
El juego acababa de empezar.
Durante toda su vida Marisa había practicado muchas actividades, pero con esta se había logrado sentir plena.
“Era como hacer arte” pensaba.
Siguió las instrucciones de su padre. Marisa se las sabía de memoria, pero no quería cometer ningún fallo: Clavó un cuchillo en su cabeza, en la parte de atrás para matarla rápido antes de que la droga dejase de hacer efecto. Luego, aprovechando ese corte, desolló su piel, la deshidrató, la hidrató nuevamente, sacó sus ojos y colocó unos nuevos, los más similares a los originales que pudo encontrar, cosió su boca y la colocó en la pose en la que siempre iba a permanecer a partir de ahora: con un bolígrafo en la mano y con la otra haciendo que juega con su pelo (una pose muy habitual suya). Después de días trabajando en su obra maestra… estaba lista.
Marisa admiró su talento y sonrió con una sonrisa de macabra satisfacción.
—Que orgulloso estaría padre de mí.
Agarró aquel perturbador y frío cadáver. Lo arrastró por el largo, frío, estrecho y oscuro pasillo de aquel distrito abandonado del instituto al que, afortunadamente, solo Marisa tenía acceso. El corazón de Marisa latía de emoción: “¿Qué pensarían los demás de Jessica? Seguro que se llevarán bien, Jessica es una niña muy sociable” pensó.
Abrió la chirriante puerta y encendió la luz. Las cucarachas volvieron a sus escondrijos y las arañadas, únicas testigos del atroz espectáculo dantesco, observaron inertes lo ocurrido.
—Chicos, quiero presentaros a Jessica. Se incorpora a partir de hoy a nuestra clase. Espero que la tratéis muy bien.
Marisa la colocó en su asiento favorito: en primera fila, a la izquierda, junto a Tomás: su pieza más antigua.
Marisa respiró profundo. Al fin podía disfrutar de su clase perfecta.
—Venga, abran el libro: tema cuatro.