Me encontraba dormida cuando de repente me despertó el murmullo de una persona. Comencé a frotarme los ojos para intentar ver mejor qué estaba ocurriendo. Toda la habitación estaba a oscuras y solo entraba una tenue luz de una farola de la calle por la ventana. Miré al rincón de la habitación y allí estaba, un hombre alto y con su ropa manchada de sangre, con una mirada perdida. Comencé a gritar tan fuerte que probablemente me oyera todo el vecindario. Pero él, sin gesticular palabra, no se movía. Salí enseguida de la cama y abrí la puerta para ir a la habitación de mi madre. Abrí la puerta de su habitación y la desperté casi envuelta en lágrimas. Le insistí que había un hombre en mi habitación, murmurando cosas. De repente, ese hombre encendió la luz del pasillo y se quedó de nuevo mirándome. Ahora podía verle mejor el rostro. No le conocía absolutamente de nada. Intenté llegar al teléfono móvil de mi madre para llamar a la policía, pero cuando tecleaba el 091 para alertar a la policía, mi madre me asestó un golpe fuerte en la nuca y me dejó inconsciente. Desperté atada a la cama de mi madre y aunque veía un poco borroso a causa del fuerte golpe, conseguí ver a mi madre con un cuchillo en su mano derecha. “¡¿Mamá, qué diablos estás haciendo?!” le pregunté. Ella volvió la mirada hacia mí y me sonrió. No entendía qué estaba pasando y tampoco dónde estaba ese hombre. Solo intentaba desatarme de la cama e intentar salir de casa para pedir ayuda. Mi madre estaba encendiendo velas de color negro, como si de un ritual satánico se tratase. “¿Dónde está ese hombre?” le pregunté, aunque más nerviosa por lo que estaba sucediendo. “Ha ido a hacer su trabajo” me respondió. De repente, oía unas pisadas muy cerca de mi habitación. Era ese hombre, que vino con un folio con algo escrito en él con un pintalabios de un rojo pasión. Se acercó a mi madre y le susurró algo al oído mientras ella me miraba riéndose...