Era el día de mi vigésimo cuarto cumpleaños ,y, se suponía que debía sentir felicidad, pero las celebraciones no me han agradado nunca demasiado, exceptuando mi niñez, tampoco, y esto era quizá, lo que más hondamente provocaba ese rechazo en mí, la idea de tener que celebrar el acercamiento de la vejez y seguidamente de la muerte , todos los años. Dado que no quería que me sorprendiesen de alguna manera mis amigos o familiares, decidí el día anterior, que el bar debía permanecer abierto.
La mañana y la tarde transcurrieron tranquilas, no hubo mucha clientela; un par de horas después de que el sol se escondiese, un señor misterioso que llevaba puesta una gabardina con una capucha que le tapaba el rostro entró, se sentó al final de la barra, me pidió una copa de vino y yo se la serví sin molestarle. Pasaron otras dos horas y comencé a inquietarme, solo quedábamos yo y el señor misterioso que, aún no había dado sorbo alguno; cuando me decidí a invitarle a que se fuera para poder cerrar y así proseguir con mis estudios sobre pintura en mi casa, comenzaron a entrar en el bar un montón de familiares míos como cabras infernales, con el propósito más que claro:
- ¿Creías que te ibas a librar? - gritó mi tío con su voz torrencial.
- ¡Abierto hasta el amanecer! - proclamó alguien irónicamente.
La inquietud se transformó en un enfado imperial; me costó un gran esfuerzo mantener la compostura, y proceder con el comportamiento social que la situación requería, en mis adentros, yo los maldecía, los maldecía profundamente. Me explicaron, más tarde, que como sabían que, a mi no me gustaban esas cosas, decidieron hacer de clientela, ya que yo pasaba por un mal momento económico. Trajeron un pastel, (maldito pastel) me cantaron el cumpleaños feliz, y tuve que pedir un deseo, claro que el deseo no se puede decir, lo guarde en lo más profundo de mis pensamientos.
Transcurrieron otras dos horas hasta que se marcharon, el señor misterioso seguía allí, yo quería irme a descansar, estaba tan enfadado que fui a gritarle, pero él me interrumpió:
- Sé cuál ha sido tu deseo -
- Fuera de aquí - le dije asustado.
- También sé que te interesa la pintura, yo puedo ayudarte, acompáñame -
Cuando pronunció esas palabras me miró fijamente a los ojos y no pude resistirme al encanto que estos tenían, de un color anaranjado como un níspero maduro que tiene manchas negras. Lo acompañé a su casa. Ya en su estudio me dijo:
- El elemento más esencial para pintar es decir la verdad -
Se llevó la mano a la muñeca y se la mordió, de ella brotó sangre y yo fui rápidamente a beberla llevado por un impulso ciego. Lo último que recuerdo de aquella noche, es que en cada una de las pinceladas que daba en el lienzo, sentía cómo le arrebataba la vida a cada uno de mis familiares.