Hay un momento oscuro de mi niñez que jamás puedo quitarme de la cabeza. Llevaba tiempo enfermo, hospitalizado, y aquello no era nada nuevo: ni siquiera recordaba la última vez que había estado sano del todo o que había dormido una noche entera.
Tendría unos ocho años cuando aquel agente de policía regordete me fue a visitar al hospital.
—Marco —me dijo—, necesito hacerte unas preguntas. ¿Cómo se llama tu madre?
—Los mayores le dicen Mónica.
—¿Es buena contigo?
—¡Claro! ¡Siempre me cuida!… ¿Dónde está?
—Ahora no puedes verla, lo siento.
—Pero quiero verla… —comencé a sollozar.
El hombre se acercó y, suavemente, me agarró del hombro:
—Primero habla conmigo, Marco, es por tu bien.
Después de tranquilizarme un poco, le conté todo lo que me pedía:
—Hace tiempo que no voy al colegio. Mi mamá me da clases en casa, me trae al hospital, me da mis vitaminas… —sonreía con solo hablar de mamá. La quería con locura, más que a nada. Pero el hombre hacía todo lo contrario: cuanto más oía hablar de mamá, más serio se ponía.
—¿Y tu padre?
—Nos abandonó.
—Entonces, ¿vives solo con ella?
—Sí.
Mi respuesta afectó al hombre. Se puso... triste.
—¿Mamá se ha perdido? —pregunté asustado.
—Algo así. Por eso necesito información.... He hablado con tus médicos. Me dijeron que te has tragado unos tornillos. Eso podría haberte matado. ¿Lo sabes?
—No recuerdo nada...
—¿Y el mercurio? ¿Recuerdas haberlo comido?
—No sé qué es eso… Yo no comí nada.
—¿Estás seguro? Nadie se enfadará contigo.
—Seguro….
—De acuerdo. ¿Cómo te encuentras?
—Tengo sueño... Siempre enfermo cuando duermo.
Una década más tarde sigo viendo claramente la expresión afligida del agente. Aunque sobre todo, sigo recordando aquel terrible dolor de estómago.
“Siempre enfermo cuando duermo”.
Memorar aquella frase dicha por mí mismo es devastador. ¿Por qué una enfermedad que duraba años empeoraba al dormir? ¿Qué sentido tiene?
Pensé que, de pequeño, sufría algún tipo de sonambulismo. Que, mientras dormía, me comía cosas que no debía, como los tornillos de los que hablaba aquel hombre.
Pero mi madre me cuidaba, es imposible.
“Siempre enfermo cuando duermo”.
¿Por qué una frase tan estúpida me provoca tanto rechazo?
Sin darme cuenta, rompo a llorar al pensarlo: hace una década que no veo a mi madre. ¿Por qué?
Junto a las lágrimas, comienzo a vislumbrar el peor momento guardado en mi subconsciente; una sombra que yo creía el producto de mi mente enferma. Aquello que por fin me permitirá dormir tranquilo…
O tener pesadillas por el resto de mi vida.
Estaba casi dormido, aletargado; mientras que, a mi lado, sonaba una preciosa voz relatando un cuento.
Tras un rato, la voz calló, y noté algo amargo introduciéndose en mi boca.
Brinqué sobre la cama.
—¿Mamá?... Eso sabe muy feo.
Sentí náuseas.
—Trágatelo —acarició mi mejilla y noté el fluido bajar por la garganta.
—¡Puaj! ¿Qué es?
Mamá sonrió y, sin más, respondió:
—Nada, corazón. Solo mercurio.