Era ella. Estaba en el silencio, la que había sido un amor de juventud y ahora había muerto. Se había dejado morir en la noche, llevaba 30 días sin comer. ¿Anorexia? 30 meses después iba con la guitarra al concierto y la vi en la calle. Cada vez que veía a una mujer la contemplaba, y esa figura pedía una limosna a la entrada del garito. Me dijo que si no le daba algo me iban a ocurrir cosas. Empezó el concierto y a mi guitarra se le rompió un A y un D, o la 5ª y la 4ª cuerda, mejor dicho. Me abuchearon. Paramos. Cambié las cuerdas y una chispa estropeó el amplificador. No había ningún sentido para seguir allí.
Llegué a casa y me asusté al ver una nota de papel en el espejo. La leí. Decía que deseaba que me fuera con ella a donde estaba. No era yo mismo. Volví a coger el coche y me fui al puerto. Contemplé el mar. Estaba completamente embravecido. ¿Por qué había llegado hasta allí? Ahora se lo cuento a Sofía que se ha convertido en mi confidente 5 años después. Ella estaba llorando aparcada a mi lado cuando me vio lo que quería hacer, abrió la puerta, dio un brinco y me susurró al oído que ella sí me quería. ‘Lo vi, me dijo. Vi que había estado llorando por nada y que Alfredo no regresaría.’ Esa noche le dije que tenía sitio en mi casa y nos acurrucamos al calor del fuego. Nos dormimos mientras una chispa prendía las cortinas. Intenté despertar a Sofía, pero me di cuenta de que tenía el tiempo justo de cogerla en brazos y salir al porche. En un instante me quedé sin casa, y mientras pasaba por el buzón, un bombero me entregó una carta. No sé de quién era, pero decía que no quería a nadie que estuviera conviviendo en nuestra casa.
Tenía tanto miedo. Cinco años después, han dejado de pasar cosas. Creo que es porque Sofía se ha quedado embarazada. Me dijo que quería elegir el nombre, que se le había venido a la cabeza. La llamaríamos Victoria. Adivinen como se llamaba ese amor de juventud, y no podía hacer nada, y llamé a Victoria para que dejara de jugar en el patio y viniera a merendar.