- Y tú, de pequeño ¿de qué tenías miedo? - preguntó la mujer mientras se sentaba junto a la mesa con su copa de vino recién rellenada, flirteando descaradamente y echándose el pelo hacia atrás con la otra mano.
El hombre sentado frente a ella respiró profundamente. Tomó un sorbo de vino, y se reclinó sobre el respaldo de la silla cómodamente.
- Cuando era pequeño me horrorizaba la casa al final de la calle. No era demasiado grande pero si que era alta. El tejado puntiagudo sobresalía entre los árboles del jardín, y sus paredes descoloridas le daban un aire lúgubre. Los pinos y centenarios y las pantas habían crecido salvajes hasta tal punto que todo el jardín permanecía a su sombra.
Nunca se vio a nadie habitarla, y por el barrio se decía que muchos años atrás habían matado allí a un niño.
Cuando íbamos a la escuela todos los niños nos asomábamos entre las oxidadas rejas y mirábamos con curiosidad el jardín de atrás, donde se vislumbraba un columpio herrumbroso y la caseta de un perro vacía.
Las ventanas estaban cerradas y las persianas habían acumulado polvo y moho. Una se había descolgado por un lado y se había roto. La puerta principal, de estilo señorial, permanecía en buen estado, pero el farolillo que la alumbraba había caído al suelo y permanecía hecho añicos justo en la entrada.
A menudo trataba de imaginar si era cierta la historia que contaban y si era posible encontrar alguna pista visible desde la verja. Pero no se veía nada más que vegetación y bichos.
Una tarde de verano mientras jugábamos en la calle oímos que a un niño se le había caído una pelota dentro. Ni corto ni perezoso aproveché la excusa para colarme. Trepé por la verja, y de un salto, me encontré con los pies en el jardín que tantas veces había visto desde fuera.
Todos los niños me miraban con asombro, pero ninguno decía ni una palabra. El chico de la pelota señalaba con el dedo el lugar al que había caído el balón.
Miré en derredor y no vi nada anormal. Avancé con miedo hacia la pelota y me encontré a la entrada del jardín trasero. La cogí y se la lancé a su dueño, pero antes de salir volví atrás. Me acerqué al columpio y observé con detalle todo el patio.
Algo me sobresaltó. Una ventana estaba abierta. La curiosidad me llamaba, de modo que me acerqué y asomé la cabeza con cuidado. Era una habitación. La cama estaba deshecha y había ropa tirada por todas partes. Una mancha oscura salpicada por la pared me horrorizó. Caí de espaldas y corrí al exterior como alma que lleva el diablo.
Tuve pesadillas durante años.
- ¿Y como lo superaste? -preguntó la mujer.
- Aún no lo hecho, pero estoy en ello -dijo el hombre mirando a la calle a través de la ventana, el jardín y la antigua verja de su casa.