Siempre se muere un ángel
Azul Sánchez
Nadie hizo bien las cosas en mi vida. Mi padre murió pronto. Lo mató la heroina. Mi madre era un desastre, bebía demasiado, fumaba sin parar, no planchaba la ropa, casi no cocinaba y me compraba muchos bollicaos. En el instituto me llamaban gorda. Crecí huérfana y pobre. Lavé con aguarrás los váteres de mil gasolineras... Y finalmente, cumplí diecinueve años cuando entré a trabajar en El jardín de Eva. Se llama así: El jardín de Eva, y es un local muy triste en medio de un secano.
En El jardín de Eva hace mucho calor y los clientes llevan trajes nuevos. Sin embargo el camarero tiene los dientes podridos y tose con estertor. Y en los jardines hay un olor inmundo a vómito reseco por el sol.
Me dan asco estos hombres y su olor a ginebra y a embutido. Estos hombres que sudan encima de mi cuerpo de muchacha cansada de estar viva. Estos hombres cuyos eructos huelen siempre a leche hirviendo.
Y esa es mi vida, un día y otro día, hasta que son las tres de la madrugada y los hombres se calman y la noche lo envuelve todo. Así hasta que la matrona y los muchachos negros que trabajan para ella cierran todas las puertas con candados horribles y enormes cerraduras, y nos dan, una a una, una pastilla para dormir y agua en un vaso blanco de papel o de plástico, porque aquí todo es blanco: las pastillas son blancas, la ginebra es blanca, mis vestidos son blancos, las sábanas son blancas, las paredes son blancas, las toallitas son blancas, pero mi sangre es negra y dolorida.
Así hasta que las pastillas hacen que me duerma y deje de pensar que soy desgraciada, drogada con pastillas o bromuro, echada bocabajo, en decúbito prono, mientras que son las seis, mientras que son las nueve, mientras que son las doce, mientras que afuera llueve, comen palomas y hay mucha tristeza. Mientras que lloro un poco sin ruido mientras duermo. Mientras trabajo aquí sin remisión. Mientras algo me dice cada noche que sueño: “Siempre se muere un ángel y eres tú”. Entonces corro, corro, corro... Corro desnuda y loca en mi cabeza. Corro en mi sueño siempre. No tengo a donde ir, pero corro loca, desnuda, despeinada, hasta que doy con él y me para y me mira. Son horribles sus ojos y sus dientes. No sé cómo se llama. No sé de dónde sale, pero está en mi cabeza y me dice con una voz de Drácula o demonio: “Una puta es siempre una extraña flor pisada que lucha por sobrevivir”. Y me convierte de nuevo en su cobaya, y me besa en la boca y me da su energía para que viva: sus ganas tenebrosas día de existir un día más.