Soy un artista muy dinámico. Cuando se acerca la Navidad, me gusta acercarme a la vieja estación de tren y usar mis espráis en un nuevo espacio: un vagón, un muro o el mismo suelo. Todos los años repito. Este año no va a ser distinto, estoy conquistando la estación con mis dibujos. Me fijo en una imagen generalmente arriesgada y empiezo a pintar olvidándome del mundo. Ahora es de noche. Hay una farola encendida encima de la pared que me propongo llenar con una hormiga hiperrealista. Las líneas primero se expresan muy alejadas al final. Volveré a batir un récord de verosimilitud con mis negros, rojizos, naranjas y blancos, el gris difuminará una sombra letal y ya habré terminado derribando los límites entre el plano y la tercera dimensión. Pero esta vez, es todavía más deseablemente vivaz, y pienso lo contrario, que está negativamente dirigido a la amenaza. Tal vez sea de noche, pero puedo ver que la pata de la hormiga se ha movido casi inapreciablemente. ¡Pero yo existo y se ha movido! Vuelvo a coger el espray blanco, por si acaso, pero ya decidida la hormiga se mueve porque ha aprendido que tiene una misión en este mundo que curiosamente coincide con el periodo prenavideño, y no seré yo quien le ponga una sonrisa de dientes bienintencionados con el espray blanco, así que doy dos pasos atrás, y la veo salir del muro como si lo rompiera en mil pedazos. Mi cara recuerda a un actor en blanco y negro con todo el protagonismo luciendo en sus rasgos, y opto por echar a correr y dejar el modo de vida contemplativo para un día incierto. La hormiga es muy luminosa en la noche, su color rojo espanta a la gente entre los semáforos y los parques, sus casas y sus antros de ocio. No sé por qué me sigue. ¡Cree que soy su padre, uno que la dejó abandonado en la fría calle! Si algo de ese veneno llegará a tocar mi piel, improvisé como un guionista en ciernes, mi hermoso cutis se derretiría y me llegaría el parecido a las manos. Sus ocho patas imprimen bastante aceleración a su carrera. Invento un nombre para ella: “Guirnuga”. Es demasiado monstruosa comparada con una hormiga. La guirnuga sigue imparable y enfadada. Me paro junto a un muro y dibujo con el espray blanco una pistola láser, volviéndome para ejecutar un disparo de luz azul que incomoda e irrita a la guirnuga. Por el acto del giro, me caigo al suelo. La guirnuga ha estado esperando esto felizmente y puedo llegar a distinguir sus colmillos que le salen de una boca nervuda. Recuerdo a Pigmalión, nacido de una obra de arte, y yo iría a morir de una obra de arte. El mundo no era justo. Intenté acertar de nuevo. Le di en su corpezuelo que emanó unas gotas de veneno en fosforescencia. Pero el playero se me desató y la hormiga llegó hasta mí...