Seguía escondida en la penumbra más absoluta dentro de la cueva escarbada por el agua y el hielo. Enredada como un ovillo con sus brazos alrededor de sus encogidas piernas buscaba entrar en calor. La frente empapada de sudor frió, síntoma de la fiebre que sufría. Intentaba mantenerse despierta con los sentidos alerta, pero no lo conseguía la cabeza golpeaba contra la pared de piedra y ese dolor le hacía despertar. El ruido de la incesante lluvia tampoco ayudaba, sonaba a arrullo de nana. Soñaba que caminaba huyendo de sus perseguidores entre matorrales y bosques de pinos y hayas, de repente un riachuelo y caía en él. Miraba hacia atrás y el grupo se cernía sobre ella, intentaba levantarse pero las piernas y los brazos no le obedecían y aquellos brutos cada vez más cerca, y entonces la cabeza golpeaba contra la roca y se despertaba. Sabía que la violarían y la matarían, ya se lo habían dicho.
Buscó entre sus ropas un pitillo, el temblor de sus manos dificultó la operación pero finalmente consiguió encender el cigarro, los pulmones se llenaron de una porción de muerte y tres de un ansia que se le escapaba entre las manos, reprimió una tos y dispuso sus sentidos. Aquello le había templado el cuerpo, sin levantarse se acercó a la boca de la cueva, la lluvia seguía apuntillando el terreno, unas matas de boj cubrían la entrada, apartó las más altas y miró hacia la derecha. A unos quinientos metros pudo observar como las luces de los coches seguían encendidas, y como siete linternas escrutaban el terreno como si fuera un dragón de siete ojos cada uno apuntando en una diferente dirección. La luz más cercana se encontraba a unos cincuenta metros y se acercaba, un nuevo escalofrió recorrió todo su cuerpo reculó a gatas volvió al fondo de su escondrijo. Le pareció oír un gruñido al fondo de la cueva, alguna alimaña hacía de esa cueva su casa.
De nuevo la cabeza golpeó contra la piedra y otra vez se despertó, un grito retumbo en la cueva, se palpó su mano derecha y le faltaban tres dedos, la sangre se extendía por su mano. Tomó su bufanda y se la enrolló, con eso intentaba cortar la hemorragia. El gruñido al fondo de la cueva se había hecho más fuerte. El frío lo envolvía todo, fuera seguía la lluvia repiqueteando sobre el suelo, mezcla de tierra, piedra, ramas y árboles. Se arrastró hasta la entrada y miró entre las ramas de boj. Creía que habían pasado horas pero los coches seguían apostados en el mismo lugar y el dragón de siete ojos se cernía sobre ella, reculo de nuevo. Su cabeza golpeó de nuevo contra las rocas y volvió a gritar, su pie izquierdo había desaparecido. Se arrastró como pudo hasta la entrada y sacó la cabeza entre los bojes, iba a gritar, pero algo la tomó y se la llevó al fondo de una cueva que nunca debió visitar.