Volvió a llorar por tercera vez, comprendiendo finalmente que nada tenía sentido ni siquiera el viaje astral que respondiera a cualquiera de las preguntas que le habían atormentado a lo largo de su existencia si no podía tenerla a su lado para poder abrazarla antes de la noche infinita que en su amplio conocimiento había podido vislumbrar en la distancia. Por fin era consciente de lo que verdaderamente quería, así que, espoleado por aquel conocimiento cerró los ojos y cabalgó sobre los caballos del tiempo y el espacio. Volvía a casa.