El inexperto púgil hizo besar la lona a su contrincante de un solo golpe. Por primera vez, sentía como acariciaba la fama con sus dedos mientras la euforia se apoderaba de él. Pero el crujido de la cabeza rival al golpear violentamente contra el suelo le hizo volver a la realidad. Toda esa felicidad efímera dio paso al miedo más puro, que empezó a arraigar en su interior cuando el púgil vio las baldosas de la cocina teñirse de rojo. Al lado de la sangre, yacía el cuerpo sin vida que confirmaba que el nocaut a su mujer era irreversible.