La celebración del octogésimo aniversario de la señora Ward había dado mucho de que hablar. Desde que se había quedado viuda tres años atrás, la excéntrica millonaria había derrochado su fortuna de incontables formas. Ese año había decidido cerrar el prestigioso hotel Riversale, con más de doscientos años de antigüedad, había invitado a todo el mundo, desde los aristócratas más relevantes a sus nietos. El hotel se había redecorado de época, se habían traído cuadros y mobiliario antiquísimo, no se había reparado en gastos.
El gran comedor había sido preparado con el más minucioso cuidado, los conservadores de distintos museos habían estado cuidando cuadros y esculturas que se habían hecho venir. Con la llegada de los invitados, el hotel se fue llenando de vida poco a poco y cuando por fin apareció por la puerta la señora Ward, en su silla de ruedas empujada por su cuidadora, se hizo el silencio. El abarrotado hall se giró hacia ella. Todo el mundo quería agradar a la millonaria, nadie sabia que planeaba hacer con su herencia. Cada año todos esperaban que la anciana anunciase a sus herederos pero ésta nunca daba ni una pista.
Todos los invitados pasaron al gran salón donde los camareros se movían con bandejas de aperitivos y copas de los más exquisitos licores. El ruido de la gente superaba a la música seleccionada por la misma señora Ward. Todos se acercaban a hablar con ella, todos querían encandilarla. El tema de conversación, como se había pretendido, giraba alrededor del magnifico cuadro que presidía la sala. Un antiquísimo retrato anónimo único en el mundo, todos se habían parado a admirarlo ya que no se hacían una idea de como había conseguido traerlo y exponerlo esa noche.
La señora Ward, cansada del agobio constante de la gente, pidió a su cuidadora que se alejarsen las dos a un rincón para estar más tranquilas mientras la fiesta proseguía y ambas compartían una copa del mejor champagne.
Mientras admiraban la sala y charlaban animadamente, a la señora Ward de repente se le abrieron los ojos como platos mientras señalaba al centro de la sala. Su cuidadora se dio la vuelta a ver a quien señalaba pero no se fijó especialmente en nadie.
— ¿Qué ocurre, Mary?— Le preguntó asustada.
— ¿Quién ha invitado a ese señor? — Inquirió enfadada la señora Ward
— ¿ A quién se refiere?
— Al señor que viene hacia aquí, ¡Quiero que lo eche!
— Nadie viene hacia aquí, señora, ¿está usted bien?
Toda la sala se giró hacia donde estaba mientras gritaba que quería que echasen a aquella persona de su fiesta. Nadie vio a nadie.
La señora Ward, mientras gritaba que se fuese, se fijo en que el cuadro había quedado vacío y entró en pánico.
Todos vieron como la expresión de pánico desencajaba la cara de la anciana mientras esta expedía su ultimo aliento.
El ruido del cuadro al caer al suelo asustó a todo el mundo.
Nadie entendía que había pasado.