El abuelo estaba internado. Una noche se presentó un señor alto, de traje oscuro, con un bastón con empuñadura de metal.
-Buenas noches. Supongo que sabe a qué he venido (le dijo mientras se sentaba en una silla enfrentada a la cama).
-Disculpe, pero no sé quién es usted.
-Ahorremos tiempo, sabe muy bien quién soy y a qué vine.
Guardó silencio. El otro, jugando con el bastón comenzó a hablar.
-El asunto es sencillo. A usted no le queda mucho tiempo y yo puedo ofrecerle más. Le explico y me dice si acepta o no.
-Lo escucho (dijo el enfermo incrédulo).
-Sé que tiene el deseo de ver crecer a su nieto, pero sabe que se le complica. Puedo garantizarle que eso ocurra, pero tengo que obtener algo a cambio.
-¿Qué quiere?
-En poco tiempo recibirá la noticia de que viene en camino un nuevo nieto. Ese nieto no deberá nacer. A cambio de esa vida, usted extiende la suya. Piénselo. Le conviene. Mucha gente diría que ni siquiera es justo porque no me estaría ofreciendo una vida por otra. Otros opinarían que sí… Pero me parece que en su condición no tiene muchas alternativas. Los chicos son jóvenes, pueden volver a intentarlo. ¿Quién podría sospechar? Una mujer que pierde un embarazo es casi un clásico. Me basta con su palabra, no vamos a firmar papeles con sangre, ni poner cláusulas de las que después nos podamos arrepentir. Si acepta, se hace. Si no acepta, las cosas siguen su rumbo natural y aquí no ha pasado nada. Queda en sus manos.
El enfermo lo consideró en silencio mientras el otro no le sacaba la vista de encima. Al fin, movió la cabeza asintiendo. El hombre del traje sonrió, se puso de pie, y se paró al costado de la cama.
-Bien. Buena elección. Muchas gracias (dijo en voz baja y se retiró).
No le había creído demasiado, pensó que debía ser algún otro paciente no muy sano de la cabeza que entró por error en su habitación. Sin embargo, al día siguiente mejoró y para el fin de esa semana ya estaba en su casa curado.
Al poco tiempo olvidó el episodio, pero lo recordó de golpe cuando le anunciaron el nacimiento de un nuevo nieto. Consideró suicidarse y anular así el trato. Lo intentó, pero no tuvo coraje.
No le extrañó que perdieran el embarazo.
El tiempo transcurrió. El chico ya era grande. La pareja no tuvo otro hijo. Consumido por la secreta culpa, una noche mientras dormía, se le detuvo el corazón.
Durante el velorio, su nieto vio que el padre recibía a un hombre alto, de traje oscuro, con un bastón. Dijo que era un viejo amigo del abuelo. Llegó a escuchar una parte de lo que hablaban caminando hacia la capilla. Le quedó grabada una frase.
-Si usted quiere cambiar los resultados de los análisis que el médico le realizó, yo podría ayudarlo, pero necesito algo a cambio…