Caminaron por las empedradas calles del casco antiguo. Ella contempló los viejos edificios que aún quedaban en pie, y pensó en todas las historias que se esconderían detrás de esos muros.
Hacía mucho que no visitaba la ciudad y cuando su viejo amigo la invitó a pasar el fin de semana en su nueva casa, ella no dudó en aceptar.
Cuando él abrió la puerta, una gélida bocanada de aire les golpeó en la cara. Era un primer piso y el gotelé de las paredes tenía un color verdoso, sin duda por el moho. Su amigo le mostró la habitación donde dormiría y se despidieron hasta la mañana siguiente. Extendió el pequeño futón abatible, se quitó la ropa rápidamente y se metió en la cama. Al apagar la lámpara de la mesita vió que la luz de una farola de la calle iluminaba ampliamente la estancia.
Se quedó dormida poco después, bocabajo, pero inesperadamente algo la despertó. Sintió como algo o alguien se tumbaba sobre ella. Era un peso que aplastaba sus pulmones y apenas le permitía respirar. Pensó que quizás era su amigo, que quería abrazarla, pero lo que había sobre su cuerpo no se movía. El terror empezó a apoderarse de ella y un sudor frío recorrió su piel bajo las sábanas. Lo que sentía era sin duda algo siniestro y malévolo. El silencio en la habitación era descomunal y no era capaz de emitir ningún sonido, ni de mover ningún músculo. Con los ojos apretados y una mínima respiración, permaneció inmóvil durante no sabe cuanto tiempo.
Entonces la sensación remitió. Dudó si moverse o no, pero al final se giró despacio y se colocó bocarriba. Había sido horrible, pero por fin todo había pasado. Recordó haber leído un artículo sobre la parálisis del sueño y se tranquilizó. Lo ocurrido tenía una explicación científica, era una broma de su mente durante la transición del sueño a la vigilia, pero había sido tan real…
Intentó volverse a dormir, esta vez bocarriba, no quería que aquella monstruosa sensación volviera a asustarla. Su cuerpo empezó a relajarse y comenzó a sentir el tierno abrazo de Morfeo, pero de improviso algo saltó sobre ella. El mismo y aterrador peso de antes, pero esta vez se movía frenéticamente. Un grito se ahogó en su garganta. Desesperada se incorporó sobre la cama para quitarse de encima lo que la estaba atacando.
Entonces fue cuando la vió. A los pies de la cama, iluminada por la luz de la farola de la calle. Inmóvil, una niña con el semblante azul, cianótico. El pánico y el terror paralizaron su corazón. La imagen era tan espeluznante que sólo pudo mantener la mirada unas décimas de segundo. De un salto se escondió bajo las sábanas en posición fetal y se quedó de nuevo inerte.
No pudo volverse a dormir. Sólo deseaba que llegara el alba y que con ella desaparecieran las tinieblas en las que habitaban esas criaturas del inframundo.