Penetramos en el corazón del bosque sin más ropa que nuestra piel. Cuando los hombres llegaron con escopetas y perros, dispuestos a vengar su arrogancia ultrajada, la lluvia había lavado nuestros cuerpos y no pudieron encontrarnos. Sobrevivimos comiendo para no ser comidas, y marcamos el territorio con la sangre y los huesos de nuestras presas. Nos apareamos con osos, ciervos y lobos durante las lunas de invierno; y en verano parimos pequeñas bestias mestizas que mamaron la leche de nuestros pechos y lamieron nuestras lágrimas. Pronto los machos del lugar fueron sometiendo sus designios a la nueva especie, más inteligente y ecuánime, más indulgente. Fue aquel tiempo donde las hembras decidimos acabar con una era mezquina de violación y muerte y comenzar de nuevo.