Era martes y otra vez salía tarde del trabajo. El móvil de Laura marcaba las 01:17. Debía salir cuanto antes para coger el último tren de la noche. Tardaría como unos diez minutos andando a paso ligero hasta llegar a la Estación de Montes. No podía ni cambiarse de ropa, así que cerró su taquilla, se enfundó el abrigo sobre aquel fino uniforme y echó a correr. Las piernas no le daban más de sí y a medida que corría su respiración se entrecortaba.
Cuando por fin llegó al andén estaba agotada. Metió su mano amoratada por el frío en el bolsillo para coger el teléfono y ¡maldición, lo había perdido por el camino!
Un panel luminoso anunciaba la llegada del tren en dos minutos. Estaba sola en la estación mientras la humedad de aquel día lluvioso le calaba los huesos. No tenía tiempo para ir a buscar su móvil así que, resignada, decidió quedarse a esperar el tren de las 01:30. De repente, el cartel luminoso se quedó en negro y acto seguido se iluminó de nuevo para mostrar: “Próximo tren no admite viajeros y no efectuará parada en la estación”. Menuda faena, pensó. Ahora tendré que caminar hasta la calle principal y gastarme la propina en un taxi que me lleve a casa. Ni siquiera puedo llamar a mi hermano para que venga a recogerme.
Se abrochó el abrigo hasta el cuello y justo cuando se marchaba de la estación, apareció el tren. De pronto, se abrió el vagón que tenía delante. Un aire caliente y acogedor la invitaba a entrar. Titubeante y curiosa, Laura se asomó y observó que había varias personas de apariencia normal en su interior: chicos escuchando música; una madre con su hija; tres ancianas hablando de sus cosas…
Confiada entró al vagón, las puertas se cerraron de golpe y el tren se puso en marcha. En ese instante, esa atmósfera acogedora se volvió gélida. De repente, hubo un bache y se apagaron todas las luces. El tren se detuvo en seco. Temblorosa, Laura se sentó en el suelo, se agarró las rodillas con fuerza y presa del miedo cerró los ojos. Un grito ensordecedor hizo que se tapara los oídos. Estaba deseando que esa pesadilla terminara ya. Y de pronto volvió la luz y el tren arrancó. Algunos viajeros tenían la mirada perdida. Nadie hablaba. Una de las ancianas algo desaliñada miró a Laura fijamente a los ojos y un escalofrío recorrió el cuerpo de la chica cuando esta le susurró con voz espeluznante: ¡Este será tu último viaje!
A partir de ahí, Laura no recuerda nada. Despertó diez días después en la cama de un hospital en el que había ingresado en estado de shock, con magulladuras y semiinconsciente. La policía sigue investigando y aún no se ha encontrado el móvil de la chica. La empresa ferroviaria asegura que a las 01:30 del día de autos no pasó ningún tren por la Estación de Montes…