Lágrimas salvadoras
La noche no era inminente; pero al paso en que yo iba, temí que mi sombra se confundiría con la nocturna, hasta ocultarme. La prospectiva era terrible, no menos que aquella de que el atascadero acabase de absorberme. Una de las esperanzas de salvación era que los rescatistas me avistasen desde un helicóptero, o desde un avión. La otra, que yo lograse salir de esa mezcla de nieve y de lodo, forcejeando con mis piernas; lo cual, según la experiencia de los momentos previos, se me antojaba menos realizable que un rescate por aire. Pensaba que gritar o llorar resultaría tan inútil como intentar usar mi teléfono una segunda vez, pues este se había inutilizado con la humedad. Sin embargo, fueron mis lágrimas las que me salvaron cuando, ya desesperado de ayuda, y en medio de la oscuridad, ellas comenzaron a derretir parte de la nieve.