Me desperté con un terrible dolor de cabeza. Instintivamente intenté levantar una mano para tocarme, pero algo me lo impedía.
Forcejeé para zafarme de aquel peso que ya empezaba a cortarme la circulación de las extremidades, cuando oí la voz ronca de mi amiga Mary. Ella se movió un poco y yo me liberé.
Recordé que estábamos juntas, sentadas una al lado de la otra en el autobús escolar. E hice un poco de memoria. Me quedé pensando por un momento y recordé lo que había pasado.
Un inesperado ciervo salió de la nada y se quedó observando su fatídico final en medio de la carretera. El conductor por evitar el atropello, dió un volantazo y se adentró en el bosque chocando contra varios árboles de la espesura. Recuerdo a los 52 estudiantes horrorizados y gritando……hasta que el choque final nos cubrió a todos con un siniestro silencio.
Estaba tan oscuro que no era capaz ni de distinguir su rostro.
Los escasos rayos de luna que se intuían se asfixiaban entre los altos árboles antes de tocar tierra.
Busqué mi teléfono móvil en el bolsillo de mi abrigo y recé para que funcionara.
Funcionaba pero el nivel de batería me deprimió. 18%
La voz de Mary me hizo reaccionar, - Susan, ¿estás bien?, creo que me he roto el pie, no puedo moverlo y me duele muchísimo.
- Creo que sí, yo estoy bien. Tú intenta no moverte mucho. ¿recuerdas lo que ha pasado?
- Sí, creo que hemos tenido un accidente. Tenemos que pedir ayuda.
- No vamos a poder, ya lo he comprobado en mi móvil, aquí no hay cobertura. Recuerda que estamos en Montana, en algún sitio del parque de Yellowstone, es decir, en medio de no sabemos exactamente dónde.
Presioné la tecla del móvil “linterna” y lo que vi me horrorizó.
Mary estaba bastante más herida de lo que decía. Tenía una gran herida en la cabeza cubierta de sangre.
Al levantarme y enfocar con la luz, la escena era tan dantesca que no pude ni gritar del espanto. Asientos y cristales rotos. Y mucha, mucha sangre.
Todos estaban quietos. Nadie se movía. Nadie se quejaba.
Y me dejé caer en el asiento otra vez.
- Mary, no lo sé con certeza, pero creo que están todos muertos.
- ¡No, no, no puede ser, oh, Dios! ¿Susan qué vamos a hacer ahora?, no puedo caminar y tampoco podemos pedir ayuda.
Fuera, el llanto de una lechuza nos auguraba un mal peor.
Y comenzamos a sentir el verdadero miedo paralizando nuestros cuerpos, congelando nuestros sentidos.
Aullidos.
Se estaban llamando unos a otros. Se estaban convocando para un propósito común. La caza.
Posiblemente el olor de la sangre les había atraído.
Y un repentino viento comenzó a mover las ramas de los altos pinos de Yellowstone.
Fue así, aprovechando un claro de luz, cómo pudimos ver horrorizadas, que aquél sería nuestro fin.
Una gran manada de lobos negros y grises nos rodeaba.