LA CASA DEL BOSQUE
“Lucero del Alba”
Luis había sido novio de Rosa, que vivía con sus padres y dos hermanos en la casa del bosque. Unos años después, Luis dejó a Rosa y se casó con Dolores, que la había tenido una hija de soltera llamada Soledad.
Con la mal llamada gripe española, habían muerto todos los habitantes de la casa del bosque, pero los restos de Rosa, jamás aparecieron.
La casa quedó desocupada y se fueron a vivir a ella, Luis, su mujer y su hija Soledad.
Una noche, Luis falleció de muerte repentina. Dolores, no era una mujer miedosa. Sin embargo aquella noche, por primera vez en su vida sintió miedo.
Sólo se escuchaban los aullidos de los perros y los horripilantes alaridos de los mochuelos.
A pesar de la terrorífica situación, las mujeres se armaron de valor. Dolores cubrió el cadáver de su marido con una sábana y en compañía de su hija, se disponían a salir para pedir ayuda a los vecinos más próximos.
Las casas más cercanas distaban un kilómetro del bosque. Miró hacia ellas a ver si podía orientarse, pero la oscuridad era tal, que ni siquiera pudo vislumbrar su recorrido. De repente se escuchó un grito aterrador y unos pasos como si alguien entrarse a toda prisa en la casa.
Dos grandes ojos azules, brillaron en la noche. Los perros dejaron de aullar y los búhos y las lechuzas de ulular.
Durante unos minutos el silencio era sepulcral en todo el bosque.
A las dos mujeres un escalofrío de terror les recorrió todo el cuerpo.
Soledad con el miedo se quedó estática, con los ojos desencajados sin poder moverse. Dolores se dio cuenta e instintivamente, agarró a su hija por la cintura y la introdujo en la casa, en donde inexplicablemente brillaba una tenue luz.
Procedentes de la habitación, donde habían dejado el cadáver de Luis, se oyeron unos misteriosos pasos y unos suaves roces en la madera del piso, como si alguien arrastrase una alfombra por el suelo. Luego se escuchó la voz de una mujer, que muy excitada decía:
––¡Luis! Fuiste mi novio y me despreciaste de joven. Ahora te atreviste a venir a mi morada¡ Esta vez te quedarás conmigo para toda la eternidad! ¡Vagaremos juntos todas las noches y no nos separaremos jamás!
Cuando se repusieron un poco del sobresalto, las dos mujeres temblando de miedo, se dirigieron a la habitación donde yacía Luis.
Con un terror indescriptible, entraron en la alcoba y vieron el cadáver de Luis ataviado con un sudario y una capucha negra. A su lado ardía tímidamente un cirio, colocado de tal forma, que proyectaba en una de las paredes de la habitación, la terrorífica y esquelética sombra alargada del cadáver de Luis.
Al lado del cadáver, se veía una negra sombra, entre la cual destacaban dos reluciente ojos azules sin pestañas, que brillaban como dos luciérnagas en la noche.
Al acercarse al muerto, Dolores vio, que el cirio que alumbraba no era de cera, sino un hueso humano.