Subió las escaleras lentamente, paso a paso, acompañada unicamente por el sonido de su agitada respiración. Con la linterna en una mano, tanteaba con la otra los objetos y las cajas, que amontonados en los escalones le impedían ascender. La tormenta la había dejado sin luz y solo el claro de la luna penetraba entre las cortinas, convirtiendo la casa en un escenario de sombras chinescas. De nuevo la sobresaltó aquel extraño ruido, se paró y agudizó el oído... Era como si alguien estuviera arañando la pared con algún objeto cortante. Un gemido se le escapó de los labios, dudó en seguir o bajar y huir lejos de allí. Sumida en la vacilación no advirtió como una aparición, sin forma precisa, se deslizaba desde el segundo piso hasta llegar a su lado. La pared comenzó a vibrar y las letras surgieron, una a una, de los trazos violentos que iban castigando la frágil madera. Se quedó paralizada de terror y sus temblorosos labios lograron susurrar el contenido del siniestro mensaje.- “Dieciocho”. Una corriente helada recorrió su espalda e intentó retroceder, pero su cuerpo impulsado por una fuerza sobrehumana salió despedido quebrándose contra el suelo, como muñeca de porcelana. Se hizo el silencio y una pequeña luz, similar a un flash, inundó toda la escena y después, la oscuridad total.
Pasados unos segundos, la puerta se abrió y algo similar a una figura humana abandonó la casa, dejando tras de sí un escenario propio de la más terrible novela de terror.
Meses después la casa fue de nuevo alquilada a un matrimonio con dos hijos.
Mientras ellos entraban los muebles, la sombra, retenida entre los fríos muros del sótano, sumaba.- “Dieciocho más cuatro son …”.