Me causan gracia los suicidas. Creen que volándose la tapa de los sesos se acaba todo y llega el alivio. Pues tengo una mala noticia, eso no es cierto, no se acaba nada, más bien comienza.
Comienza uno a sentir el olor de su propia carne pudriéndose, los gusanos entrando por los ojos, saliendo por los oídos, metiéndose en los agujeros de la nariz. Dan ganas de reírse a carcajadas, si a uno no le doliera tanto la muerte.
Sí, definitivamente lo peor de estar muerto son los gusanos. De pequeño me fascinaba echarles gasolina, prenderlos fuego y quedarme contemplando cómo se retorcían hasta morir. Siempre los odié. Y ahora estoy invadido por ellos. Karma. Los siento bajando por mi tráquea, algunos ya han llegado a mi estómago. Me están comiendo por dentro.
Aquí está oscuro, húmedo, frío. La muerte es una mentira. Los que aún están vivos deberían saberlo. No te mueres nunca. O al menos, no en los primeros dos años. Veinticuatro meses en este ataúd, todo por cincuenta mil euros…
Joder, debí haber sido un mejor padre.