-Follarte ha sido de puta madre, sin ofender. Dice Bernués dejando ciento cincuenta euros sobre una mesita de noche.
Ella, desnuda entre las sábanas, busca una cajetilla de cigarrillos, coge uno y lo coloca entre sus labios que un poco antes habían succionado el pene de aquel gerente de riesgo del banco más importante del país transportándolo a un éxtasis impensable.
-Puedo volver otro día-sentencia Bernués condescendiente-Me gustaría mucho.
-Lo dudo. Quizás ya no me encuentres por aquí. ¿Sabes? Viajo mucho. Explica ella haciendo volutas en forma de “o” con el humo del pitillo que tiene un efecto terapéutico para alguien acostumbrada a acostarse con tres o cuatro clientes por noche.
-¿Ah, sí? Bueno, no lo sabía. De todos modos, permíteme dejarte mi tarjeta de visita. Nunca se sabe.
-No acostumbro a mantener contacto con los clientes, lo siento.
Bernués sonríe lobuno.
-Al menos, dime tu nombre. Me da igual si no es un nom de guerre.
-¿Un qué?
-¡Ah, ja, ja! Un seudónimo, un alter ego, un…
-Nombre artístico. Le interrumpe aquella mujer trajinada hasta el cansancio.
-Eso mismo, un nombre artístico.
-Entonces me llamo Malena.
-Que es nombre de tango.
-Se necesitan dos para bailar tango. Yo solía bailarlo. Pero de eso hace mucho tiempo.
-¿Cuánto si puede saberse?
-Demasiado. Ya no importa.
-Perdona, ¿es un mal recuerdo?
-Tal vez.
Sergio Bernués se ajusta el nudo de la corbata frente a un espejo. Su rostro aún refleja la satisfacción del momento: Malena conoce muy bien su oficio.
-Bueno, me largo. Ha sido un placer, Malena.
-No lo dudo.
Bernués cierra la puerta y baja los escalones que conducen al primer piso. Un hombre mal encarado, de aspecto triste y patibulario, espera en un zaguán.
-¿Y bien, señor?
-Bien, todo bien.
-Creo que no me entiende. Hace una hora usted me preguntó si podía conocer a las señoritas y yo, por supuesto, accedí.
-Acabo de estar con una de ellas. Una tal Malena.
-Qué extraño. Acá no trabaja ninguna Malena.
-Sí, hombre. Una mujer madura, de cabello negro y piernas de infarto.
-Perdón, pero eso es imposible. Y se lo digo yo que las conozco a todas.
De pronto, una mujer mayor recorre una cortina.
-Se refiere usted a Malena Rodríguez. Una argentina.
¬-Seguramente.
-Era mi abuela. Bailaba tango en un club del arrabal hasta que un novio celoso le rebanó el pescuezo.
Sergio Bernués se estremece.
-¿Y cuánto pasó de eso?
-Cuarenta años. Que Dios la tenga en su seno.
Paradojas tiene la vida: ese riesgo no lo había calculado el gerente.