¿Qué hace en ese lugar? No lo recuerda. Estaba con su hijo comprando algo, un regalo, quizá, pero ahora está solo en medio del bulevar atraído irracionalmente por un murmullo. El anciano camina encorvado y cabizbajo ayudado por su bastón, prudente al colocar un pie delante del otro aunque no siempre puede evitar algún trastabilleo. A veces se detiene y dirige la mirada hacia los escaparates achicando los ojos, visiblemente molesto por la música y las luces destelleantes de los comercios que le rodean. Demasiada gente moviéndose de un lado a otro. Se siente aturdido. La fatiga le obliga a sentarse en un banco a descansar. Respira despacio y profundamente, concentrando todo el esfuerzo en cada inspiración. Cuando cree estar mejor nota que el viento se vuelve gélido de repente, choca con su rostro y le baja como un relámpago por el cuello hasta llegar a los pies. Algo raro sucede a su alrededor. Decenas de extrañas siluetas pasan fugaces en todas direcciones sin el menor cuidado ante su vulnerabilidad. Algunas parecen querer detenerse a su lado sin llegar a hacerlo, otras se meten en su ropa y le atraviesan el cuerpo provocándole un estremecimiento cuando lo hacen. Pero no son personas, son sombras de humo de tonalidades diferentes que intentan inútilmente aparentar forma humana pero que acaban medio desvanecidas. El frío y la fatiga han desaparecido, ya no le cuesta respirar, quiere volver a levantarse y lo hace sin dificultad. El miedo es eclipsado por la atracción que le producen las oscilaciones y vaivenes de esas figuras. Ansía tocarlas, ser como ellas. Hay una en especial, le recuerda a su compañera a la que tanto añora. Estira el brazo intentando alcanzarla y entonces la oye. Al principio es solo el rumor lejano que le atrajo hasta allí pero podría distinguir el tono pausado de su voz en medio de cualquier alboroto. Ella repite su nombre como un eco incesante, llamándolo con ternura. Es ella ...y no lo es. Es su pelo lacio pero no ve su brillo, son sus preciosos ojos claros, pero no ve su luz, es su sonrisa, pero sin su alegría. Su delgado cuerpo también es informe e inconstante. No la reconoce. La seducción inicial desaparece y se transforma en terror. Las figuras le hostigan sin descanso llevándolo hacia un vacío cada vez mas oscuro e impreciso. Ya no quiere seguirlas pero lo tienen atrapado, se le han metido dentro como un veneno y se expanden en su interior tensando su cuerpo hasta producirle un horrible dolor. Desesperado por huir, intenta volver al banco donde estuvo sentado y entonces comprende. Él sigue allí, con la cabeza inclinada , los brazos cayendo a los lados , el bastón en el suelo. Su hijo llora sin pudor en medio del gentío que los rodea mientras abraza con fuerza su cuerpo inerte. Es el último destello de luz, la última imagen que se lleva de este mundo antes de convertirse en una sombra de humo blanco.