Los nuevos cambios llenaban de ilusión a León. Vivir en una caravana mientras hacia la obra de su nueva casa, cultivar en su propia tierra, volver a los orígenes… era toda una aventura.
Un día, recargándose de energía al sol, algo le llamó la atención. Sumido en ese estado relajado y distraído, le pareció ver algo pasar por una de las ventanas del piso superior, en donde sería su futura habitación. No quiso darle mayor importancia, ya que entre la potente luz del sol y el viento…
—Seguramente habrá sido un efecto óptico o la sombra de alguna nube— Pensó.
Miró al cielo…; despejado.
Aquel suceso quedó en una simple anécdota casi ignorada, pero una tarde, fregando los cacharros que utilizaba para cocinar en el campamento, escuchó lo que parecían pasos sobre su cabeza. Detuvo la limpieza para prestar absoluta atención a lo que había oído.
—Otra vez en mi habitación.
Evitó dedicarle mucho tiempo a buscar una explicación, pero las pesadillas no tardaron en aparecer. Ensoñaciones inquietas en las que le susurraban al oído palabras inaudibles. Coger el sueño se hacía cada vez más difícil, aunque ya no volvió a pasar nada extraño.
Una mañana se encontró con un chico que iba de paso. Le llamó la atención su actitud paciente esperando algo. No parecía tener prisa, ni planes. Tras presentarse, y después de una interesante charla, León le invitó a quedarse con él. Hicieron un trato: Dante, así se llamaba el viajero, le ayudaría en la obra a cambio de una cama en la caravana y comida. Ambos se beneficiaban del pacto.
Semanas después, gritos aterradores despertaron a León de un sueño tranquilo. Se incorporó para encender la linterna y comprobó asustado que Dante no estaba en su litera. Miró hacia la casa, todo venía de allí. Corrió, iluminando la oscuridad, hasta la puerta. Se hizo el silencio… Con la mano temblorosa metió la llave en la cerradura…, dudó.
—¡LEON!
Sin pensarlo, y sin miedo, subió corriendo las escaleras. Dante yacía en el suelo. Pasos por las escaleras que subían al desván.
—Hola, León.
—¿Quién eres?
Todo era tan extraño… nunca había visto a esa mujer. ¿Qué hacía en su casa?
—No me recuerdas, ¿verdad? Estoy aquí para vengar la muerte de Irina.
—¿Quién?
—Comprendo tu confusión. No mires mi rostro, mira mi alma para reconocerme, ya que no es de esta vida de la que te hablo. Te he estado buscando durante tantas vidas...
Dante logró despertarle. León, agitado y sudoroso, comenzó a relatar lo ocurrido. Su compañero trató, inútilmente, de hacerle ver que sólo había sido un sueño, una pesadilla. Ante la insistencia de León, y el fracaso de calmarle por parte de Dante, decidieron entrar en la casa para comprobar que nada era real.
Al salir de la caravana, ya amanecía.
La puerta cerrada con llave, dentro todo en orden… León miró hacia las escaleras que llevaban a su habitación, Dante le acompañó arriba. Un papel colgaba de la barandilla mal garabateado: “comienza mi venganza”.