El reloj vintage de la vieja habitación marcaba las 3:32 en una fría madrugada de febrero en el Motel Rouse. El insomnio de la antigua Nacional había pasado a mejor vida. Ya no paraban los transportistas a descansar aunque el restaurante seguía por orden del viejo gerente abriendo veinticuatro horas al día.
El gélido Eolo azuzaba las carcomidas cortinas invitando a entrar a la intermitente luz de los faros de los escasos vehículos que por allí transitaban. Un comercial ya entrando en años se encontraba desvelado por los continuos ruidos de las viejas maderas fijando su mirada en la extraña lámpara de forja que adornaba el amarillento techo.
Dos golpes secos y a la vez acompasados alertaron al viajero. No era la primera vez que oía aquella siniestra nana. Un extraño escalofrío recorrió su huesuda espalda, la sensación de sentirse observado le aterraba desde aquella lejana noche en la que su conciencia quedo marcada para siempre. Aquellos ojos verdes sesgados de vida seguían fijando su mirada en sus reconcomidas entrañas. Su mirada ojiplática buscaba entre la penumbra el autor de aquel ruido. Oscuridad a su alrededor. Esa memoria insistivamente deseada amnésica, le retornó a la escena de aquella noche de verano en la que después de beber en exceso decidió continuar con el viaje. Lo siguiente que recordaba eran dos golpe y la luna del coche hecha mil pedazos. Al bajar del automóvil observo como una cabellera rubia descansaba aplastada en el cruel asfalto. El temor a perder la libertad y la posición social que ostentaba le empujó a huir, dejando aquel joven cuerpo abandonado en la cómplice cuneta.
Mientras maldecía aquel fatídico día, una gélida y huesuda mano se posó sutilmente en su pié. Incapaz de mover ni un músculo, sintió el tacto de aquellos huesos ascender, lentamente aumentando la presión progresivamente hasta llegar a su cuello. La fuerza que sentía dificultaba una respiración ya entrecortada, ala vez que una voz imperceptible le susurraba al oído.
- Sigo aquí.
El horror acompañó al viajante en su carrera hacia la recepción. Pidió que le bajaran las maletas y subió al coche. Arranco el motor de su viejo Ford y pisó el acelerador buscando la huida en dirección a la nada.
La respiración acelerada volvía a acompasarse. Sudor frio. Ensimismado en lo que acababa de vivir se encontraba cuando una luz al horizonte le retornó a la realidad. Su mente repetía continuamente.
- Ya ha pasado, no mires atrás.
Instintivamente, miro por el pequeño retrovisor interior del vehículo. Una mirada esmeralda le esperaba.
- Sigo aquí.
El tiempo efímero se paró. Los empleados del Motel entraban avisados por los alaridos de horror procedentes de la habitación del desconocido viajero. La boca entreabierta, los ojos desencajados y una extraña marca en el cuello eran los signos del rictus postmortem del huésped.
El reloj vintage de la vieja habitación marcaba las 3:32 en una madrugada fría de febrero en el Motel Rouse.