- Niños, ¿dónde estáis?
Carmen salió del cuarto de baño ajustándose el pantalón del pijama. Se encontró a sus hijos en el sofá, mirando la tele.
- ¡Mamá, dile a Lucía que me deje el mando! – se quejó el más pequeño.
- ¡Es que va a empezar la serie que me gusta!
- Pablo, cariño, no te preocupes porque ahora pondremos una peli – dijo Carmen, sentándose junto a ellos–. ¡He pedido pizza para cenar!
Lucía miró a su madre con cautela.
- Entonces… ¿ya no estás enfadada con nosotros?
- Claro que no, cielo. Ven aquí – Carmen se colocó detrás de su hija y comenzó a trenzarle el pelo con los dedos.
- Pero el otro día te enfadaste, mucho, mucho – dijo Lucía.
- Ya sabéis que la mamá tiene mucho genio, en esos momentos pierdo la cabeza y luego me arrepiento. Pero no puedo estar mucho rato enfadada con vosotros.
- ¿Porque nos quieres mucho? – dijo Pablo con una sonrisa tímida.
- Porque os quiero muchísimo. Ya lo sabéis – miró muy seria a su hijo –. Si os pasara cualquier cosa, no me lo perdonaría.
En ese momento, alguien llamó al telefonillo.
- ¡Genial! – exclamó Carmen –. ¡Ya están aquí las pizzas!
Se levantó a abrir la puerta, y esperó hasta que un chico con un casco bajo el brazo apareció con el pedido.
- Dos pizzas medianas y tres refrescos – le tendió las cajas de cartón y una bolsa a la mujer–. Serán dieciocho con veinte, por favor.
- Vale, déjame ver si lo llevo justo…
El repartidor arrugó la nariz. Algo olía muy mal dentro de ese apartamento. Se asomó con curiosidad por encima del hombro de Carmen, ojeando el salón. De pronto, se quedó paralizado, con la boca abierta y la mirada desencajada.
- Toma, ¿tienes cambio de veinte? – le dijo Carmen. El chico no contestaba, ni siquiera la miraba–. ¿Hola?
El repartidor dejó caer el casco, que impactó contra el suelo, y salió corriendo sin decir una palabra.
- ¡Espera! – gritó ella–. ¡No te has cobrado! ¡Eeh!
Al ver que el joven no volvía, cerró la puerta, extrañada.
- Qué cosa más rara. En fin… ¡pizza gratis! – dijo Carmen, mientras regresaba al sofá.
Allí le esperaban los cadáveres en descomposición de sus hijos. Se sentó junto a ellos, y colocó las cajas de cartón sobre la mesita del salón. Sacó de la bolsa los refrescos y los fue repartiendo, uno para Lucía, otro para Pablo, y el último para ella.
- ¿Ya sabéis qué peli queréis ver?
Como respuesta, una larva se asomó por debajo del párpado podrido de su hijo. Ella sonrió y acarició la piel muerta de su mejilla.
- Siempre me decís la misma. Bueno, está bien. La veremos otra vez.
Abrió una de las cajas y colocó dos porciones de pizza humeantes delante de los pequeños cuerpos de sus hijos.
- ¡A comer, niños! ¡Que se enfría!