Como cucarachas, malignos sujetos deambulan por la ciudad. Codiciosas sombras vigilantes arrastran sus pasos pegados a la pared, procurando pasar desapercibidos. Se camuflan entre otras sombras. Son una red. Cuando alguno encuentra una víctima todos caen sobre ella, cumpliendo cada cual su función devoradora.
Ariadna vivía tranquila en una casa antigua rodeada de terrazas, jardines, bosque y gatos. Ella les hablaba, los acariciaba y les echaba de comer para que permanecieran allí.
Una noche, mientras dormía, Ariadna vio cómo sigilosamente, por el pretil que separaba las terrazas colindantes, asomó la furtiva sombra de una pantera. La pantera observó durante un instante su casa y a ella, e inmediatamente desapareció.
Al despertar, presintió que un mal se cernía sobre ella. Trató de desentrañar el enigma de su sueño sin encontrar explicación, así que lo olvidó. Total no era más que un sueño que, con toda seguridad, había fabricado ella misma, entonces ¿qué debería temer? Todos sabemos que los sueños están fabricados con heteróclitos elementos. Mas ella ignoraba que la sombra de aquella noche llevaba observándola, desapercibidamente, mucho tiempo. Sabía su nombre, sus costumbres, cuándo salía y entraba de casa, quiénes eran sus familiares y amigos, que no tenía trabajo...
De todo eso, Ariadna se enteró mucho más tarde, cuando fue hilvanando el hilo de los acontecimientos. ¿Demasiado tarde? Quizás. Aunque no hubiera podido impedir lo que sucedió. ¿O quizás sí? Tal vez si hubiera tenido un rayo entre sus dedos, como Zeus, pero que tontería, Ariadna no era una Diosa, sólo era una mortal personilla indefensa: la presa perfecta.
Empezaron a producirse extraños sucesos. Misteriosas sombras subieron a su terraza haciendo desaparecer objetos. Luego entraron en su casa y la pusieron patas arriba. Lo siguiente fue derribarle el tejado. Ariadna se defendió como pudo, contrató abogados, pero la red estaba bien tejida y la Justicia no tardó en dejarla en la calle.
Hoy Ariadna, mientras recorre la ciudad lentamente, procura fijarse en los lugares más resguardados donde poder pasar la noche. Quizás ese recoveco, incrustado debajo del puente, sea un lugar seguro donde no la moleste nadie. Es la primera noche que va a pasar a la intemperie. Está muy preocupada porque durante sus deambuleos ha observado que la mayoría de los lugares, que parecían idóneos, tenían huellas de estar ya ocupados, pues tenían restos de comida y colillas esparcidas; si se aposentase en cualquiera de ellos, lo más probable sería que, tarde o temprano, llegaría, sabe Dios qué clase de individuo, reclamándolo como suyo. No desea problemas, está agotada, solo desea un poco de paz para acurrucarse e intentar descansar. Tampoco sabe si lo logrará, tiene demasiado miedo.
Para asegurarse, ha ideado pasar a distintas horas por el lugar elegido para vigilarlo y hacerse una idea de lo que pueda encontrar al caer la noche.
Así, tirando de la madeja, Ariadna comprendió que tenía razones fundadas al haber tenido miedo después del sueño de aquella noche.