¡Qué bueno Joe! Tus amigotes empinando el codo en la taberna mientras tú andas por este paraje empapado hasta la médula y maldiciendo por todo lo alto. La tormenta parece haberse cebado en ti porque no te ha dado ni un respiro desde que has salido encaramado en tu viejo carromato mientras azuzabas al viejo podenco. Vigila que el pobre animal no yerre en su camino y os vayáis al fondo del acantilado donde las olas rugen hambrientas.
Ladeas un poco la cabeza y miras de reojo el paquete que llevas en tu vetusto carro. Sonríes maliciosamente. Esa caja tan decrépita donde mora el cadáver del reverendo Paisley. Aquel que hacía temblar a la congregación, en la decadente iglesia, vertiendo sermones apocalípticos. El que os señalaba a ti y a tus amigotes como ejemplo execrable de la comunidad. El mismo que un día, sin que el Señor le avisara, se murió de un ataque al corazón.
Un momento ¿qué ha sido ese ruido?
¡Bah! Nada de qué preocuparse ¿verdad? Ya tienes suficientes problemas por hoy.
Tómalo con buen humor. Se trata de un viaje corto. Más corto si el viejo jamelgo que tira del carro no estuviera medio ciego y tú no llevaras una melopea de órdago.
¡Por los clavos de Cristo! Otra vez ese maldito ruido. Mejor será que mires detrás de ti a ver si es que te has dejado el carro abierto y el ataúd corra peligro de caerse….venga ¡mira!
Todo en orden. Deseando estás de acabar con todo esto y tomarte una buena pinta de cerveza tibia. Pero ¡recuerda! antes tienes que meter al difunto en el agujero excavado en la tierra. El mismo que, a estas alturas, estará lleno de agua.
¡Otra vez! Ese dichoso sonido que ahora. ¿Estás oyendo voces? Debieras volver la cabeza ¿no? Asegúrate, al menos, que el pobre hombre va a llegar entero al camposanto.
Ya veo. Decides optar por el camino más fácil que es agachar la cabeza y hacer caso omiso. Fustigar al penco y apretar los dientes.
¿Y sabes que te digo? Que a veces elegir lo más cómodo no es lo más acertado. Por eso debieras mirar a tu derecha. Verías que no estás solo. Tienes compañía. Sí. Es el reverendo Paisley sentado a tu lado. Algo demacrado. Incluso carcomido. Ya sabes eso de yacer entre madera mohosa atrae mucho a los gusanos de la carne. Y te está señalando con un dedo. Bueno. Dedo no. Con el hueso del índice. ¡A ti!
No es de extrañar que pierdas la razón. Ni que tu viejo caballo tropiece y caiga directo, arrastrando consigo al carromato y a ti, al fondo del acantilado donde…ya sabes…las olas rugen de manera amenazadora como si estuvieran reclamando su dosis diaria de alimento.
Pero qué curioso viejo Joe. Debiste dejarte abierta la portezuela del carromato porque en el suelo del camino yace el ataúd del párroco con la tapa reventada dejando asomar su calavera. Yo diría que parece estar sonriendo… ¿no?