Paseaba saboreando la caricia del sol, el murmullo del suelo al caminar; levantando la mirada hacia los vibrantes colores de las hojas: amarillos, ocres, rojos. El cielo lucía azul intenso.
Sus pies tropezaron con algo y bajó la vista. ¿Qué hacía allí, en mitad de su camino? ¿Lo habría olvidado alguien? Parecía el maletín de un ejecutivo de alto nivel. La piel era marrón, de buena calidad. El diseño anticuado le recordó los maletines de ministro de gobiernos de otro siglo.
¿Y si fuera una bomba? Saltó hacia atrás. Tras una inspiración profunda, reflexionó: No, no tenía sentido dejarla en un lugar casi desierto y a la vista. No, debía de ser otro su contenido, pero ¿cuál? ¿Legajos antiguos? ¿Documentos secretos? ¿Contratos ilegales de muchos millones? Su cabeza no paraba de dar vueltas y sus pies seguían clavados al suelo.
¿Qué hago, lo abro aquí mismo, lo llevo a casa y compruebo qué contiene, lo denuncio a la policía o simplemente sigo mi camino? Seguía sin moverse. El caso es que le resultaba familiar. Le recordaba algo o a alguien, pero ¿a quién?
De repente, una imagen fue abriéndose paso en su mente. Empalideció. Las manos empezaron a temblar por su cuenta. La espalda se empapó de un sudor frío. Empezaba a recordar. Ese maletín era igual al que —hacía 30 años— había utilizado para guardar las fotos, cartas y documentos comprometedores de su relación con un individuo, exento de ética y moral, a quien le unió una relación de varios años.
Con la cara crispada, trató de recordar qué había hecho con su maletín. No lo conseguía. ¿Lo había destruido o seguía en su casa? Los pensamientos se volvieron una nebulosa oscura a causa del pánico que empezó a sentir y que impedía cualquier razonamiento.
Tenía ganas de salir corriendo, pero sus miembros paralizados se lo impedían. ¿Y si vigilaban sus movimientos? Tal vez fuera una trampa, un engaño para ver su reacción y obtener una confesión tácita. Cualquier movimiento sería inculpatorio. ¿Y si lo dejaba allí? Podía rodearlo y seguir su paseo; ignorarlo, negándoles el gusto a sus cazadores. Era la mejor opción. Pero ¿sería capaz de abandonarlo sabiendo que podría ser el suyo? ¿Y si todo salía a la luz? Su vida se habría acabado; o la angustia corroería sus entrañas ante el temor a que se publicara en cualquier momento.
Inspiró profundamente un par de veces dando órdenes a su cuerpo para que se pusiera en marcha. No podía apartar la vista del maletín, ahora convertido en una trampa mortal. Probó a dar un paso y su pierna respondió. Lentamente, muy lentamente, dio los siguientes y fue rodeando aquel objeto de su perdición. Lo rebasó y dio cuatro pasos más. Cuando se volvió ligeramente a mirarlo —con euforia por haberlo logrado—, se produjo la explosión.
Los árboles cercanos se vistieron con los colores del fuego real. En varios metros todo quedó calcinado. Del maletín y su dueño solo quedaron cenizas de otro siglo.