Juan Zamarro ya no sonríe. Tampoco es capaz de reaccionar a los estímulos, ni relacionarse con normalidad. Se pasa la vida con la mirada prendida de algún punto indeterminado, como flotante en una extraña nebulosa que dibuja su silencio constante.
Llevó una vida solitaria, de pocos amigos y refugiado en la casa familiar. En octubre cumplió cuarenta y tres años, pero los médicos tienen la creencia de que no gestiona ni entiende el paso del tiempo.
Juan Zamarro es un hombre corpulento, de piel cetrina. No más de dos dedos le separan las espesas cejas (prácticamente unidas entre sí) del nacimiento del pelo en la frente. De perfiles redondos y maxilares bestiarios, permanece irritantemente paralizado salvo en raras ocasiones que se ve preso de extrañas sacudidas faciales.
Los que lo conocen afirman que era un niño normal, hasta tierno en sus formas. A los quince años fue testigo de un asesinato en su propia casa. Alegó estar escondido en el dormitorio y no ver nada, mientras el padre asesinó a la madre y luego ingirió parte del cadáver a dentelladas salvajes.
Con veintitrés años de edad, Juan Zamarro fue condenado por un crimen similar. En este caso la víctima resultó una joven, vecina del pueblo. Las dentelladas fueron el fundamento de la inculpación y la base para pensar que el asesinato que le imputaron al padre pudo haberlo cometido Juan Zamarro.
Desafortunadamente, en el único permiso penitenciario, Juan Zamarro volvió a reincidir, dando muerte a una mujer octogenaria y deglutir ferozmente parte del cadáver.
Numerosos profesionales se han centrado en el caso de Juan Zamarro, analizando su mente, su pensamiento, su macabra razón. Han aparecido argumentos de diversa clase, aunque todos coinciden que se encuentran frente a un psicópata que por su privilegiada condición física es capaz de llevar a cabo los más encarnizados propósitos.
Sin embargo, y descomponiendo un funesto puzle que parecía haber sido exitosamente completado, ayer, Juan Zamarro fue encontrado en su celda, asesinado, tal y como había procedido en todos sus crímenes, mostrando dentelladas en parte de su cuerpo y ausencia de carne. Las dentelladas coinciden con la mandíbula (casi animal) del propio Juan Zamarro lo que ha producido gran desconcierto.
Ocho investigadores han acudido al que fue domicilio familiar, llevando a cabo una minuciosa inspección del lugar. Tres investigadores han sido asesinados y descubiertos a las pocas horas en un escondite de unos dos metros cuadrados, en el sótano de la casa, una especie de cueva añadida donde se han encontrado heces y restos de carnes putrefactas. Unos ruidos extraños han alertado al grupo superviviente. Tras una complicada reyerta y con ayuda policial, han podido dar captura a un individuo con apariencia casi idéntica a Juan Zamarro. Se intuye que haya vivido en el inhumano escondite y confirman que también lanza extrañas sacudidas faciales. Al hacerse pública la noticia, los comentarios y conclusiones de los vecinos se han convertido en avalancha.