Música antifascista y humo de marihuana hicieron que aquella noche en llamas nuestras lenguas se entrelazaran. Un efebo sin hogar ni familia, mas con manos largas e ideas machistas. Yo, desinhibida, abstraída, con la cabeza en otra parte, pero con voz propia. Un no ignorado por un monstruo disfrazado de economía. Un gato tuerto observando quieto desde el umbral de la puerta, escuchando mis ladridos que pedían clemencia y no violencia. Ya no había música ni humo, incluso aquel dios se había marchado. Yo desnuda, desorientada y resignada salí a la calle que me había visto crecer y nunca más volví a aquel edificio, con aquel muchacho que ahora busca otra a quien llevar a su casa del terror.