Ocho de la mañana. Vagones abarrotados escondían historias secretas que permanecían ocultas bajo las vías.
Una joven, irritada por el chirriar del metro, atisbaba de reojo al resto de pasajeros, ¿Cómo no podía molestarles ese incesante sonido metálico que le perforaba los tímpanos?
Resignada y bajo un manto de cansancio se colocó los auriculares a un volumen estratosférico quedándose dormida con el envolvente sonido que emanaba de los mismos.
Perdiendo la noción del tiempo despertó sobresaltada descubriendo como pasajeros atónitos miraban palidecidos a un horizonte inexistente.
Los cristales, antes eco de la velocidad del transporte, sólo reflejaban oscuridad y no existía próxima parada donde apearse, sin carteles ni megafonía. Sólo silencio.
Realmente nunca llegó a ser consciente de cuánto tiempo pasó hasta que, presa del pánico, se percató de que esa realidad era otra, el metro no pararía jamás.
Buscó desesperada un cristal que romper, asestándole brutales golpes se dio cuenta de que, no sólo no rompía el cristal sino que ni siquiera sentía dolor. Ya no era la misma de antes, nada lo era...
Intentó de todas las maneras posibles que alguien le respondiera. Parecía invisible, por más que gritara nadie la escuchaba. Estaban catatónicos.
¿Cuánto tiempo llevaban allí?
Un escalofrío le recorrió el cuerpo
Intentó volver a dormirse y así despertar en su aburrida rutina de salvación pero no estaba soñando, ya no tenía alma, destino ni mucho menos el más mínimo atisbo de esperanza.
En su último brote de pánico intentó asestarse un golpe contra los barrotes, quería inconsciencia, quería que todo aquello terminara, quería sentir algo
En vano...
No se puede matar a un muerto
Permaneció allí por la eternidad aporreando los barrotes, cada vez que chirría el metro no es otra cosa que almas en pena gritando desde el más allá, buscando tu ayuda, invitándote a acompañarlos en su perdición.
Si la escuchas, serás el siguiente....